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Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán, Rosas logró que Maza enviara como mediador al general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto fue emboscado y asesinado en Barranca Yaco (provincia de Córdoba) por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que gobernaban Córdoba.
Esta muerte provocó la renuncia de Maza; el clima de inestabilidad y violencia obligó a la legislatura a llamar de regreso al gobierno a Rosas, que asumió el 13 de abril de 1835, y a otorgarle la condición que exigió: la "suma del poder público", esto es, la representación y ejercicio de los tres poderes del Estado, sin necesidad de rendir cuenta de su ejercicio. Por otro lado, todo este asunto le dio a Rosas la oportunidad única de no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había repartido con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con poder propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza. Debido a que el país no contaba por entonces con una Constitución propia (la cual recién iba a ser sancionada a su caída, en 1853), los poderes de los que gozó Rosas en su segundo mandato se han equiparado a los de un Presidente de facto, ya que no contaba con el reconocimiento de iure como tal. Cierta parte de la historiografía argentina sigue considerando a Rosas un dictador, mientras que la corriente revisionista le niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
Una vez conseguidos estos nuevos poderes, impuso los criterios federales y formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación.
Esta muerte provocó la renuncia de Maza; el clima de inestabilidad y violencia obligó a la legislatura a llamar de regreso al gobierno a Rosas, que asumió el 13 de abril de 1835, y a otorgarle la condición que exigió: la "suma del poder público", esto es, la representación y ejercicio de los tres poderes del Estado, sin necesidad de rendir cuenta de su ejercicio. Por otro lado, todo este asunto le dio a Rosas la oportunidad única de no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había repartido con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con poder propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza. Debido a que el país no contaba por entonces con una Constitución propia (la cual recién iba a ser sancionada a su caída, en 1853), los poderes de los que gozó Rosas en su segundo mandato se han equiparado a los de un Presidente de facto, ya que no contaba con el reconocimiento de iure como tal. Cierta parte de la historiografía argentina sigue considerando a Rosas un dictador, mientras que la corriente revisionista le niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
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