• Asignatura: Religión
  • Autor: acarrascogarcia794
  • hace 5 años

elabora un discurso con la palabra en "defensa de la vida"​

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Respuesta dada por: Anónimo
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Respuesta:

Dedicaré mi intervención a hacer una reflexión sobre la centralidad del tema de la defensa de la vida humana desde la concepción, para la Doctrina social de la Iglesia y, en general, para seguir permitiendo que la religión católica tenga un papel público, como necesariamente debe tener[1]. Considero que es importante situar la reflexión sobre la defensa de la vida, y también la conducta desde el punto de vista científico-médico como se viene haciendo en este congreso, dentro de la Doctrina social de la Iglesia, es decir dentro de la relación de la Iglesia con el mundo. Porque en esto consiste el rol público de la fe católica, que no habla sólo al interior de la persona, sino que expresa la realeza de Cristo también en el orden temporal y espera la recapitulación de todas las cosas en Él, Alfa y Omega. La realeza de Cristo tiene un significado espiritual[2], ciertamente, pero también tiene uno universal y social. Sin esta dimensión pública, la fe católica pasaría a ser una gnosis individual, un culto no del dios verdadero y único sino de los dioses, una secta que busca la tranquilidad psicológica frente al miedo de haber sido “arrojados” a la existencia.

En primer lugar, el tema de la defensa de la vida lleva consigo el mensaje de la naturaleza. Nos dice que existe una naturaleza y, en particular, una naturaleza humana. No existen otras razones válidas para exigir el respeto del derecho a la vida y, por el contrario, quien no lo respeta está negando la existencia de una naturaleza humana o la está reduciendo a una serie de fenómenos gobernados por la necesidad. La vida, en cambio, nos conduce de regreso a la naturaleza orientada por un sentido final, como lengua, como clave[3]. Nuestra cultura ha perdido la idea de la finalidad [del sentido final][4]. Empezó a perderla cuando Descartes interpretó al mundo como una máquina y a Dios como aquel que le ha dado la patada inicial. Hoy vivimos en una cultura post-natural, como demuestra ampliamente la perversa ideología de género[5], que es vista como una cultura post-finalidad. El principio de causalidad, que en la filosofía clásica estaba conectado con la finalidad [el sentido final], ha sido abandonado. La realidad ya no expresa más un diseño, sino sólo una secuencia de causas materiales. Es por eso que relanzar una cultura de la defensa de la vida significa también recuperar la cultura de la naturaleza y la cultura de la finalidad.

El concepto de naturaleza lleva consigo la dimensión de lo indisponible. Si la naturaleza es “discurso” y “palabra”, ella expresa un sentido que nos precede. No somos sólo productores de palabras, somos también oyentes de la palabra que emana de las cosas, de la realidad, de la sinfonía del ser. Admitir la vida como un don inestimable significa reconocer que en la naturaleza hay una palabra que viene a nuestro encuentro y que nos precede. Cada una de nuestras acciones debe tener en cuenta algo que viene primero: el recibir precede al hacer[6]. Hay algo estable antes de todo devenir. Negar la naturaleza abre la puerta de la cultura a la manipulación de la vida, porque se menosprecia la dimensión de la acogida y de la gratitud. No se es acogedor y agradecido frente a lo que producimos nosotros mismos, sino solo ante aquello que nos viene al encuentro y se manifiesta como un don lleno de significado. Si esta dimensión se va perdiendo ante el sentido de la vida naciente, se debilitará también en todas las otras situaciones de la vida y la sociedad perderá inexorablemente la dimensión de la responsabilidad mutua, como afirma la Caritas in veritate en el punto 28[7].

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