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El prólogo de la Primera Parte de Don Quijote nos dice que “si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro...es una invectiva contra los libros de cavallerías” (I, 36, 31-37, 3), que Cervantes tenía “la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos cavallerescos libros” (I, 38, 4-5). La Primera Parte termina con una larga discusión de los libros de caballerías, que se extiende a lo largo de varios capítulos. La Segunda Parte empieza con una discusión sobre el mismo tema, y Cide Hamete nos dice en la última frase de la obra que “no ha sido otro mi desseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de cavallerías” (IV, 406, 8-11). El protagonista, nos enteramos en el primer capítulo, ha tomado sus nociones de la caballería andante de dichos libros (I, 53, 5-12), y la premisa de toda la obra es su deseo de ser un caballero andante perfecto (I, 351, 6-8). Su identificación con los libros, en cuanto a la caballería, es total.1 Es, por lo tanto, correcto que empecemos nuestro estudio de Don Quijoteexaminando la relación de Cervantes con el género.
¿Hasta qué punto conocía Cervantes los libros de caballerías castellanos,2 una “sabrosa leyenda” (I, 343, 10) según muchos personajes de Don Quijote? Son abrumadoras las pruebas de que los conocía muy bien, de que, como el canónigo, había leído por lo menos parte de “todos los más que ay impressos” (II, 341, 2-3),3 y que le habían deparado “algún contento” (II, 362, 19-20).4 En ninguna otra obra se tratan los libros de caballerías tan extensa o profundamente, ni menciona nadie tantos títulos. La larga, elocuente y apasionada defensa del potencial del género que pronuncia el canónigo (II, 343, 23-346, 23) es única. Incluso con nuestro conocimiento imperfecto de las fuentes caballerescas de Cervantes, es evidente que los conocía extensa y directamente y que le influyeron mucho. Alude a detalles de los libros de caballerías, desde el insignificante Fonseca de Tirant lo blanc (I, 101, 20) a la torre navegante de Florambel de Lucea (II, 342, 8-10).5 Se perciben diferencias en la calidad de los libros;6 dos de ellos,Amadís de Gaula y Palmerín de Inglaterra, son objeto de grandes elogios en el examen de la biblioteca de Alonso Quijano (I, 96, 16-21 y 100, 3-18).7 Se puede concluir, por lo que dice en Don Quijote, que Cervantes tenía una opinión favorable de al menos otros dos, Belianís de Grecia y el Espejo de príncipes y caballeros.8 Conocía Amadís lo suficientemente bien para indicar que un nombre sólo se menciona una vez (I, 279, 6-11),9 lo cual indica que, como Alonso Quijano, lo había leído con gran atención, y seguramente más de una vez. La mayoría de las aventuras de Don Quijote, como la de los rebuznadores, por mencionar una (Segunda Parte, capítulos 25 y 27), se burlan de las aventuras narradas en los libros de caballerías; la lengua, el estilo y la forma de la narración, todo muestra su influencia.10 Un conocimiento tan amplio implica que durante cierto tiempo Cervantes se había familiarizado con los libros de caballerías, y que había disfrutado con ellos.
¿Hasta qué punto conocía Cervantes los libros de caballerías castellanos,2 una “sabrosa leyenda” (I, 343, 10) según muchos personajes de Don Quijote? Son abrumadoras las pruebas de que los conocía muy bien, de que, como el canónigo, había leído por lo menos parte de “todos los más que ay impressos” (II, 341, 2-3),3 y que le habían deparado “algún contento” (II, 362, 19-20).4 En ninguna otra obra se tratan los libros de caballerías tan extensa o profundamente, ni menciona nadie tantos títulos. La larga, elocuente y apasionada defensa del potencial del género que pronuncia el canónigo (II, 343, 23-346, 23) es única. Incluso con nuestro conocimiento imperfecto de las fuentes caballerescas de Cervantes, es evidente que los conocía extensa y directamente y que le influyeron mucho. Alude a detalles de los libros de caballerías, desde el insignificante Fonseca de Tirant lo blanc (I, 101, 20) a la torre navegante de Florambel de Lucea (II, 342, 8-10).5 Se perciben diferencias en la calidad de los libros;6 dos de ellos,Amadís de Gaula y Palmerín de Inglaterra, son objeto de grandes elogios en el examen de la biblioteca de Alonso Quijano (I, 96, 16-21 y 100, 3-18).7 Se puede concluir, por lo que dice en Don Quijote, que Cervantes tenía una opinión favorable de al menos otros dos, Belianís de Grecia y el Espejo de príncipes y caballeros.8 Conocía Amadís lo suficientemente bien para indicar que un nombre sólo se menciona una vez (I, 279, 6-11),9 lo cual indica que, como Alonso Quijano, lo había leído con gran atención, y seguramente más de una vez. La mayoría de las aventuras de Don Quijote, como la de los rebuznadores, por mencionar una (Segunda Parte, capítulos 25 y 27), se burlan de las aventuras narradas en los libros de caballerías; la lengua, el estilo y la forma de la narración, todo muestra su influencia.10 Un conocimiento tan amplio implica que durante cierto tiempo Cervantes se había familiarizado con los libros de caballerías, y que había disfrutado con ellos.
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