La pandorga quedó preciosa. Los "palitos de tacuara
pulidos y rectos. La armazón redonda y equilibrada. Las
"tajaditas cortadas" azules y rojas, perfectas y
minuciosamente pegadas. Las largas tiritas amarillas
rodeaban la pandorga como una cabellera rumorosa de
viento y rubia de sol. Y finalmente, "los barbijos",
simétricos, milimétricos y matemáticos. Era toda una
pandorga, hecha para conquistar todos los cielos y las
alturas más azules. Una obra de arte volandera que el
padre fabricaba para la admiración del hijo. Un día de
domingo, salieron a la calle llenos de gozo para asistir al
vuelo inaugural de ese nuevo astro de papel de seda. EI
padre esperó el viento que soplo, tironeó la pandorga.
Luego, dio el hilo permitiendo que se elevara con un
rumor de alegría sedosa. De repente, vino otra ráfaga por in
lo que la pandorga escaló victoriosa, sacudiendo su
melena dorada. Sin embargo, a pesar de todo, ya se
hacía pequeña en la altura cuando de repente sobrevino
el fin del mundo. Aflojó el empuje del viento que quedó
calmo y luego sopló en ángulo distinto. La armonía se
rompió, los barbijos enloquecieron, la larga cola se
agitaba buscando apoyo en el viento que había dado la
espalda y de pronto una ráfaga inesperada, impetuosa,
salvaje y la pandorga cabeza abajo que cae trazando un
itinerario de meteoro que se estrella estrepitosamente,
con un rasguido de palitos y seda rotos, en los hilos
eléctricos porque no pudo seguir en el aire. Y allí queda
irremediablemente prisionera.
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