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1. La romanización
La llegada de los romanos a la Península Ibérica (218 a.C.) significó la anulación paulatina de otras lenguas que aquí se hablaban, como el íbero, el celta, etc. La única que subsistió fue el vasco, cuyos orígenes inicientos han sido largamente debatidos por los expertos.
Además de algunos restos léxicos que se han mantenido (perro, barro, etc.), las lenguas prerromanas en general y el vasco en particular han dejado ciertos rasgos en el castellano que lo diferencian de las otras lenguas romances peninsulares:
- Aspiración y posterior desaparición de f- inicial latina: del latín farina, surge farina en catalán, farina en gallego, pero harina en castellano.
- Desaparición de /v/ labiodental, de manera que en castellano no hay diferencia de pronunciación entre vasto y basto, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en inglés (voice, boys).
Los romanos, desde los primeros momentos, llevaron a cabo una política lingüística y cultural profunda y compleja: enseñaron su idioma a la población, a la vez que establecían los vínculos necesarios para que todos asumieran como propia la nueva lengua. En época de Augusto (19 a.C.) puede decirse que el proceso de consolidación se ha completado: el latín es el idioma del Imperio.
La descomposición y fragmentación de los dominios imperiales desemboca, a partir del siglo III principalmente, en una nueva realidad política y cultural que se conocerá con el nombre de Romania. La Romania es el conjunto de pueblos cuya característica común es haber recibido la civilización romana. Sus lenguas, las lenguas romances, surgen de la evolución del latín común o vulgar en cada uno de los territorios dominados por Roma.
2. Los visigodos y la posterior influencia árabe
En el siglo V, los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) llegan a la Península Ibérica y se dispersan por ella, lo que facilita aún más la incipiente fragmentación lingüística. Los visigodos, de origen germano, ocuparon inicialmente la Galia romana e instalaron su capital en la Tolosa francesa; más tarde, durante el reinado de Leovigildo (568-586), trasladaron la capital a Toledo. Adoptan como credo el catolicismo, asumen las tradiciones locales y asimilan mayoritariamente como lengua propia el latín (siglo VII): comienza así una etapa de consolidación política, jurídica y social que coincide con la aceleración evolutiva del latín hacia las nuevas lenguas. Perduran de esta época algunas palabras de uso general (espía, adrede, guiar, rico, galardón, guerra, ropa, tapa), ciertos topónimos (Burgos, Castrogeriz) y varios nombres de persona (Enrique, Fernando, Adolfo).