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Respuesta:
ES EL NIÑOOOOOOO esta en wikipedia
Explicación:
Enrique era un niño ayacuchano que obtenía las mejores notas en la escuela
cuando se trataba de hacer dibujos y pintar paisajes. En los mercados, había
observado numerosas piezas del arte de Ayacucho: retablos, tablas de Sarhua,
esculturas en piedra de Huamanga, mates burilados y otros. A él le gustaban,
particularmente, los retablos y, desde pequeño, les comentó a sus papás:
“Cuando sea grande, voy a ser un maestro retablista”. Había escuchado decir
que estos maestros también eran personalidades, como Joaquín López Antay,
quien tuvo muchos ahijados y fue un hombre muy querido en los pueblos de
Ayacucho.
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Así que Enrique estaba fascinado no solo por
el arte del retablo, sino también por el rol que
desempeñan estos maestros en la sociedad. Sabía
que los pueblos y las comunidades encargaban
sus trabajos a los maestros que tenían una
conducta responsable y sabían aconsejar a las
personas. Todos los domingos iba con sus padres
al mercado de artesanos y contemplaba las
diversas formas de los retablos. Veía las piezas
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la vida agrícola de la región, la herranza, los
bautizos, los matrimonios, etc. De tanto ir al
mercado y conversar con los artesanos, Enrique
fue haciendo amigos y aprendiendo algunas cosas
sobre la fabricación de los retablos.
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Aprendió, por ejemplo, que los artesanos tienen que saber muchas técnicas
y no solo sobre el retablo. En realidad, los artesanos retablistas son expertos
también en hacer cruces para las festividades, baúles, candelabros de hojalata,
entre otros. Pero, sobre todo, aprendió la importancia que estos objetos tienen
en los pueblos y las comunidades rurales. Allí, las cruces y los retablos tienen
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solicitan buenas cosechas y lluvias. En época de herranza del ganado, es decir,
cuando se les pone una marca en la oreja u otra parte del cuerpo para distinguir
a sus propietarios, los campesinos dedican ofrendas a los wamanis o cerros.
Estos rituales llaman a la fertilidad y a la buena salud de sus ganados.
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BUSCAMOS Y
RECONOCEMOS
INFORMACIÓN
MIENTRAS
LEEMOS
6to 2da Parte Ayacucho U4.indd 170 2/11/09 11:52:16 AM
Recuerda que, mientras leemos,
debemos estar atentos a los hechos y detalles
que se mencionan en cada párrafo. Además, vamos
sacando conclusiones a partir de las ideas del
texto mientras avanzamos en la lectura.
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Cuando cumplió quince años, Enrique se dirigió al taller del maestro retablista
Ernesto Palomino y le dijo: “Maestro, lo que más deseo es convertirme en
retablista”. Ernesto Palomino, después de apreciar la convicción de Enrique,
lo aceptó como ayudante. Luego del colegio, asistía al taller de este artista
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mezclando papa con yeso para hacerla más
moldeable y, después, se hierve. Con esa masa,
sobre una estructura de madera, se moldean las
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dentro del retablo. Luego, se las deja secar hasta
el día siguiente para poder pintarlas. Para esto,
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nivel de detalle muy preciso.
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Pero como no todo el año había pedidos de retablos, pues estos se solicitaban
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hacer cruces y refaccionar los altares de las iglesias. Al cabo de varios años,
Enrique se convirtió en un experto maestro retablista. Era el retablista más joven
y decidió independizarse. Su maestro, Ernesto Palomino, le regaló un batán y
sus primeros pinceles. Al principio, no tuvo muchos clientes, pero con el paso de
los meses, se fue haciendo famoso por sus bellas piezas de arte y los dibujos y
formas que iba creando.
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A los veinte años, se casó con Florencia Hurtado.
A veces, su esposa lo ayudaba, pero cuando salió
embarazada contrató a un ayudante. Tuvo cuatro
hijos. La gente y sus amigos lo reconocían como un
artista muy especial. Cuando cumplió cincuenta años,
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pasado treinta y cinco años desde la primera vez
que entró al taller de su maestro Ernesto Palomino.
Pensó que era mucho lo que había aprendido en este
tiempo sobre el arte del retablo, pero, sobre todo,
era consciente de que su trabajo le había permitido
conocer a mucha gente y viajar a todos los pueblos
de Ayacucho. Enrique se había convertido en un hombre sabio, al cual muchos
venían a pedir consejo. Su vida había sido la de un hombre recto y solidario.
Siempre había ayudado a las personas.
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Luego, Enrique trabajó con sus hijos. Cada vez que le preguntaban: “¿Eres
feliz, papá?”, él siempre contestaba: “Cada segundo de mi vida”. Su familia, su
trabajo y el respeto de la gente lo llenaban de goce. A todo el que iba a su taller
le decía: “¡Nunca olvides conservar la identidad y la cultura ayacuchana!”.
Alguna vez, una persona le replicó: “¿Por qué cree eso, maestro?”. Enrique
respondió: “Lo mejor que se le puede dejar a nuestros hijos es la conciencia de
pertenecer a una extraordinaria cultura”