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Debo confesarles con absoluta sinceridad que soy en principio renuente a participar en un acto como éste en que un libro se presenta a consideración de los lectores. Tengo varias razones para mantener tal actitud, y una de ellas, especialmente si se trata de una obra de creación literaria, es que la lectura puede perder el encanto que produce cuando nos aproximamos a un libro sin ninguna idea preconcebida, sin ningún compromiso por delante, sin estar obligados a hacer anotaciones y a distribuir señales, como si se tratara de una tarea escolar; inclusive sin tener que apurar la lectura para concluirla dentro de un plazo perentorio que se vence.
Quiero decir con esto que me considero yo mismo un lector, como cualquier otro, y nada más que un simple lector. No, por tanto, un académico dispuesto a realizar la autopsia del libro que cae en sus manos y menos un crítico frío, erudito e implacable.
Si un poema, una novela o un cuento son el fruto de un proceso apasionado y vital, realizado con amor y con lágrimas, pienso que el lector no debería ir provisto de una lupa, sino que debe acercarse con espíritu abierto, con la sensibilidad necesaria para descubrir a través de la lectura esos ingredientes misteriosos con los que se construye una obra, como para vislumbrar esos fantasmas escondidos y contagiarse de las mismas sensaciones, de los mismos escalofríos que, en su momento, estremecieron al autor. Y sospecho que un crítico en general está muy lejos de percibir tales matices y percibir tales emociones.
Pero hay también varias razones para que ese lector, que soy yo, cuya condición reivindico, haya dejado a un lado su reticencia y comparezca esta tarde ante ustedes para comentarles el libro de cuentos “También tus arcillas” de Modesto Ponce Maldonado. La primera razón es la amistad que mantengo con el autor prácticamente desde los años de colegio, y que como esas amistades, esas relaciones, no requiere para ser sólida y profunda el que nos encontremos todos los días. Cuando Modesto Ponce me habló de su obra no pude decir que me sorprendí, conociendo de sus lecturas y aficiones, de su sensibilidad y de sus sueños. Hasta me pareció evidente que alguien como él se hubiera dejado llevar por la tentación de escribir. Y aunque los cuentos que han sido recopilados en el libro se hayan escrito entre 1993 y 1995, estoy seguro de que ha venido llenando páginas, y corriguiéndolas, y rompiendo papeles, desde hace muchos años. Como un escritor secreto, como lo califica la nota editorial del propio libro, que ha mantenido escondida su vocación. El privilegio de tener amigos como Modesto y Rosita es entonces más que suficiente argumento para superar cualquier resistencia.