Respuestas
Respuesta:
El Papa nos hace recordar que la llamada a la santidad se dirige a cada uno en particular, de una manera muy personal. Esa llamada resuena en las páginas de la Biblia: “Sean santos porque Yo soy santo” (Lv 11, 45). En el Evangelio, Jesús nos dice: “Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). El Concilio Vaticano II, señala el Papa, destacó con fuerza ese llamado universal a la santidad: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium, 11). El papa Francisco enfatiza que la santidad no tiene un único camino, cada santo hace su “propio camino”, de ahí que no debemos desanimarnos porque nos parezcan inalcanzables algunos modelos de santidad; cada cristiano debe discernir cuál es el camino que debe recorrer, no se trata de “copiar” la vida de un santo determinado, “lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cf. 1 Co 12, 7), y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él” (Gaudete et Exsultate, 11). De lo que se trata es de vivir el Evangelio en nuestro propio estado de vida, “cada uno por su camino”. Los santos son, ciertamente, propuestos por la Iglesia como “modelos de vida”; pero, no debemos olvidar que Jesús en el modelo de toda perfección, Él es “iniciador y consumador” de santidad. Jesús envió a todos el Espíritu Santo para llevarnos por el camino de la santificación (Cf., Lumen Gentium, 40).
La santidad nos está reservada a un pequeño grupo de privilegiados, ni es necesario abandonar nuestras ocupaciones ordinarias “para dedicar mucho tiempo a la oración”, sino que “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (Gaudete et Exsultate, 14). En ese sentido, para ser santo, no es necesario escoger la vida sacerdotal o religiosa, o el “retiro del mundo” en la soledad. “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios” (Lumen Gentium, 41). Muchas personas se han santificado haciendo tareas ordinarias, sin necesidad de abrazar la vida sacerdotal o religiosa. Ciertamente, tenemos muchos religiosos y sacerdotes santos, como también otros no tan santos, y algunos que incluso pueden ser “motivo de escándalo” para los fieles. Lo que determina que alcancemos la santidad no es un determinado estado de vida, sino nuestra respuesta a la gracia divina.
El Concilio Vaticano II ha enfatizado que todos están llamados a la santidad: “En la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles” (Lumen Gentium, 39). La santidad es indesligable del seguimiento de Jesús. Los seguidores de Cristo— como dice la Lumen Gentium—son llamados no en razón de sus obras, sino en virtud del designio de Dios y por gracia divina, y son justificados en el Señor Jesús. En consecuencia: “es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12). Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen Gentium, 40). Santo es aquél que testimonia realmente en su vida la caridad; para esto no es necesario hacer “obras extraordinarias” sino “hacer extraordinariamente bien” las cosas ordinarias de vida, a partir de pequeños gestos, como dice el papa Francisco: “Bajo el impulso de la gracia divina, con muchos gestos vamos construyendo esa figura de santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes sino «como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10) (Gaudete et Exsultate, 18). La santidad no es un premio que se nos otorga por nuestras “buenas obras”, pues nadie puede justificarse delante de Dios; somos santificados por el Espíritu Santo.