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La primera vez que leí este poema tendría unos 9 o 10 años. Ver, en un libro de EGB, creo recordar que de la editorial Miñón, el texto del genial escritor granadino, ilustrado con la imagen de dos lagartos llorando la pérdida de su “anillito de plomo”, me hizo pensar si realmente tendrían sentimientos los animales y, por tanto, si también podían sufrir. Creo que a partir de ese momento empecé a mirar con otros ojos a las gallinas y demás animales domésticos que teníamos en casa.
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay!,
¡ ay!, cómo están llorando!
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