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Siempre que se acerca la época de campaña electoral la ciudadanía y los expertos les exigen a los candidatos que el debate, por el bien del país, esté ajeno a las descalificaciones y cualquier tipo de mezquindad que ensombrezca la discusión. Por eso, se les conmina a librar la batalla en el terreno de las ideas; que su esgrima verbal tenga su máxima expresión cuando de propuestas se trate y no a la hora de denostar al contrario (aunque muchos bien pueden argumentar que, por el contrario, ésa es precisamente la parte más aburrida de la campaña).
Pero observando la actual contienda presidencial, parece que algunos no han entendido aún que, cuando entramos en tierra derecha, la idea es que la batalla sea entre las candidaturas y no al interior de ellas.