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Había serpientes venenosas en todo el campamento. ¿Qué había pasado? Otra vez el pueblo de Israel estaba descontento.
–Estamos cansados del maná –decía la gente.
El maná era el pan que Dios mandaba cada día.
–Tenemos sed. ¡No hay agua! –se quejaban otros–. ¡Queremos agua!
–Moisés, ¿por qué nos sacaste de Egipto? ¿Para hacernos morir en el desierto?
¿Te parece que los israelitas eran malagradecidos? Dios les mandaba todos los días comida del cielo, y ellos se cansaron de esa comida.
El pueblo de Israel se parece un poco a ti y a mí. ¡Cuántas veces nos quejamos! Si hace calor, decimos que hace calor; si hace frío, nos quejamos del frío. Cuando llueve, no nos gusta mojarnos, y el día que no llueve, nos fastidia el polvo.
Algo más… ¿Te gustaría comer todos los días la misma cosa? Eso es lo que hacían los israelitas.
Los israelitas se quejan del maná
Serpientes venenosas
Cuando Dios oyó las quejas del pueblo decidió castigarlos. Envió serpientes venenosas que los mordieron. Muchos de los israelitas murieron.
¿Cómo habrá sido vivir en el campamento de Israel? ¡Las serpientes venenosas se resbalaban y se retorcían sobre la gente! ¡Era horrible!
Las serpientes mordían a unos en el brazo, a otros en las piernas. Alguien tal vez fue mordido en el estómago. Las heridas eran dolorosas. «Ay, ay, ay», gritaba la gente por todo el campamento.
Eleazar y Raquel miraban asombrados lo que pasaba. A ellos no les atacaron las serpientes ni tampoco a sus padres. ¿Sería porque ellos no se habían quejado? Simón, el papá de Eleazar, desde el principio había apoyado a Moisés.
El pueblo se arrepiente
El pueblo que se había quejado fue a hablar con Moisés. Todos estaban arrepentidos.
–Moisés, hemos pecado al hablar contra el Señor y contra ti. No debíamos habernos quejado. ¿Puedes pedirle al Señor que quite las serpientes del campamento?
Moisés tenía mucha paciencia. Hizo lo que el pueblo desobediente y malagradecido le pidió. Oró al Señor; le pidió que perdonara al pueblo.
–Raquel, vamos a la colina que está en medio del campamento –le dijo Eleazar a su amiga–. Dicen que allí Moisés está levantando una serpiente en un palo.
–¡Vamos! –dijo Raquel–. ¿Qué hará él con la serpiente?
La serpiente de sanidad
Los niños vieron a Moisés subido en una escalera sobre un palo grande. Estaba colgando allí una serpiente.
Los que miraban la serpiente, se sanaban
Moisés mandó mensajeros por todo el campamento.
«¡Atención! –gritaban los mensajeros–. ¡Miren a la serpiente que Moisés ha puesto en el palo! Si les muerde una serpiente, ¡miren a esa serpiente de metal y serán sanados.»
Eleazar y Raquel vieron muchos milagros ese día. Cada persona que tenía una mordedura venenosa, tan pronto miraba a la serpiente que Moisés había puesto en un palo sobre la colina, se sanaba. Uno tras otro de los que se estaban muriendo por el veneno, se levantaban.
¡Qué fácil fue para los israelitas ser sanados! Sólo tenían que mirar a la serpiente. Los que decían que era ridículo, y no la miraron, murieron por las picaduras venenosas.
No fue la serpiente de bronce que sanó a los israelitas que tenían mordeduras venenosas. Ellos fueron sanados por el poder de Dios, al ser obedientes. Dios dijo que miraran a la serpiente de bronce, y cuando obedecieron, fueron sanados.
«Como levantó Moisés la serpiente en el desierto,
así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre.»
Como Moisés puso la serpiente sobre un palo grande y lo levantó en alto, Jesús fue levantado al morir en la cruz. Todo el que cree el Él recibe la salvación.
No es la cruz de Jesús que te salva, sino creer en Jesús que murió en la cruz, eso te da el perdón de pecados.
Todos los que miraron a la serpiente fueron sanados.
Todos los que creen en Jesús que murió en la cruz son salvos. Jesús murió y resucitó para ser tu Salvador. ¿Lo crees?
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