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En el Toledo medieval del siglo XII y de principios del XIII se localiza el importante foco de actividad traductora que se designa convencionalmente con la denominación de Escuela de Traductores de Toledo. En realidad, y a pesar del uso generalizado que se hace de dicha denominación, no se trató propiamente de una escuela institucionalmente organizada, ni localizada en un espacio físico concreto. Más bien fue un movimiento de intensa y prolongada actividad traductora activado por la confluencia, en aquel momento y en esta ciudad, de circunstancias culturales, sociales y políticas que favorecieron el trabajo de traductores venidos de distintos lugares de Europa. En este proceso jugó un papel decisivo la atracción ejercida por la Catedral y sus actividades, a lo que se unía el hecho de que en Toledo, ciudad musulmana conquistada en 1085 por Alfonso VI, se hubieran conservado manuscritos transmisores de la cultura que los árabes habían traído del Oriente y de la que ellos mismos habían hecho florecer en la Península Ibérica.
En ese contexto desempeñaron una importantísima y fructífera actividad intelectuales como Gerardo de Cremona, Domingo Gundisalvo, Avendahut, Marcos de Toledo o Miguel Escoto.
Se tradujeron entonces muchos escritos científicos y filosóficos del árabe al latín, que frecuentemente eran a su vez deudores de la ciencia griega. De este modo Toledo se convirtió en la ciudad receptora de un proceso de transmisión en el que se vieron implicadas las lenguas griega, árabe y latina, y también el siríaco, al que se habían vertido algunos textos griegos antes de ser trasladados al árabe. En este proceso, fue precisamente el empleo del latín el que propició la difusión por Europa de muchos de estos escritos, que fueron ampliamente utilizados en el ámbito académico desde el siglo XIII y contribuyeron decisivamente al progreso de las ciencias y la cultura europeas.