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Quizá nada como la tabla de Mendeleiev, descubierta por este químico ruso hacia 1870, ilustra la interrelación universal de todas las cosas, constituyendo una extraordinaria confirmación del núcleo de la dialéctica que Marx y Engels habían establecido muy pocos años antes. La tabla es un reflejo de la unidad material del mundo, de que todo en el mundo es materia en movimiento y de que esa materia forma una unidad cuyas partes están íntimamente conectadas entre sí. En la tabla los elementos químicos no aparecen aislados ni dispersos sino agrupados en función de una ley interna que los identifica, los agrupa, los distingue a unos de otros y los transforma a los unos en los otros.
Con su tabla Mendeleiev estableció una de las leyes más importantes de todas las ciencias, un verdadero paso de gigante entre todos los conocimientos humanos. Si en el siglo XVIII Linneo clasificó todos los seres vivos, Mendeleiev hizo lo mismo con los muertos, con la materia inorgánica, y no se puede descuidar que los seres vivos se componen de materia inorgánica (aunque no se reducen a ésta).
Los químicos están tan habituados a trabajar con la tabla que la tienen memorizada y no reparan en su verdadero significado, procediendo mecánicamente a su aplicación. Incluso algunos consideran que se trata de un mera clasificación de todos los elementos químicos conocidos, poniendo un orden en la naturaleza que ésta, por sí misma, no presenta. Según esta concepción idealista, la tabla es algo que nosotros ponemos en el mundo, no algo que el mundo pone en nosotros.
Creen que la tabla introduce desde fuera (desde nuestras cabezas) algo dentro del caos de la naturaleza para comprender su funcionamiento, sin que se pueda asegurar que el orden forma parte de ella. Por el contrario, el materialismo sostiene que es la naturaleza la que desvela determinadas regularidades (armonía la llamaba Mendeleiev), que la tabla refleja de una forma aproximada. Prueba de ello es que no existe otra manera de ordenar los elementos químicos más que esa, y todas las demás son variaciones y mejoras de ella. No existe otra manera precisamente porque dicha tabla no es sólo una clasificación pedagógica para ordenar la enorme variedad de elementos químicos, sino que expresa una ley interna de la naturaleza, una regularidad periódica entre todos ellos.
Aunque hoy se utiliza el número atómico en la ordenación, inicialmente fue el peso atómico de los elementos el que se adoptó como criterio. Su base es la ley periódica, que establece que las propiedades físicas y químicas de los elementos tienden a repetirse de forma sistemática conforme aumenta el número atómico, formando ciclos.
La clasificación y ordenación de las cosas es uno de los más potentes métodos de investigación científica porque permite tanto la comparación como el contraste, logra que unas cosas se agrupen con otras por su similitud, en tanto se separen de otras por su diferencia. Permite, por tanto, aislar y clasificar pero también relacionar mutuamente y observar las transiciones y las transformaciones entre unos objetos y otros. Ocurre con los vertebrados y los invertebrados en biología y con el potasio y el calcio en química. Separar para unir y unir para separar.
En la famosa tabla, los elementos químicos también aparecen agrupados formando colectivos que tienen parecidas características físicas y químicas, lo cual, al mismo tiempo, las diferencia de otros grupos. Por ejemplo, en la columna 18 de la tabla, la última tal como se expone actualmente, aparecen los gases inertes (como el helio, el neón o el argón) llamados así porque su última capa electrónica está saturada de electrones y, como le ocurre a los neutrinos, interaccionan con dificultad con otros elementos. En la primera columna está el grupo de los metales alcalinos (litio, sodio, potasio, entre otros) que, al contrario que los anteriores, tienen gran facilidad para combinarse con otros elementos desprendiéndose del último electrón de su capa para cederlo al otro elemento.
Quizá nada como la tabla de Mendeleiev, descubierta por este químico ruso hacia 1870, ilustra la interrelación universal de todas las cosas, constituyendo una extraordinaria confirmación del núcleo de la dialéctica que Marx y Engels habían establecido muy pocos años antes. La tabla es un reflejo de la unidad material del mundo, de que todo en el mundo es materia en movimiento y de que esa materia forma una unidad cuyas partes están íntimamente conectadas entre sí. En la tabla los elementos químicos no aparecen aislados ni dispersos sino agrupados en función de una ley interna que los identifica, los agrupa, los distingue a unos de otros y los transforma a los unos en los otros.
Con su tabla Mendeleiev estableció una de las leyes más importantes de todas las ciencias, un verdadero paso de gigante entre todos los conocimientos humanos. Si en el siglo XVIII Linneo clasificó todos los seres vivos, Mendeleiev hizo lo mismo con los muertos, con la materia inorgánica, y no se puede descuidar que los seres vivos se componen de materia inorgánica (aunque no se reducen a ésta).
Los químicos están tan habituados a trabajar con la tabla que la tienen memorizada y no reparan en su verdadero significado, procediendo mecánicamente a su aplicación. Incluso algunos consideran que se trata de un mera clasificación de todos los elementos químicos conocidos, poniendo un orden en la naturaleza que ésta, por sí misma, no presenta. Según esta concepción idealista, la tabla es algo que nosotros ponemos en el mundo, no algo que el mundo pone en nosotros.
Creen que la tabla introduce desde fuera (desde nuestras cabezas) algo dentro del caos de la naturaleza para comprender su funcionamiento, sin que se pueda asegurar que el orden forma parte de ella. Por el contrario, el materialismo sostiene que es la naturaleza la que desvela determinadas regularidades (armonía la llamaba Mendeleiev), que la tabla refleja de una forma aproximada. Prueba de ello es que no existe otra manera de ordenar los elementos químicos más que esa, y todas las demás son variaciones y mejoras de ella. No existe otra manera precisamente porque dicha tabla no es sólo una clasificación pedagógica para ordenar la enorme variedad de elementos químicos, sino que expresa una ley interna de la naturaleza, una regularidad periódica entre todos ellos.
Aunque hoy se utiliza el número atómico en la ordenación, inicialmente fue el peso atómico de los elementos el que se adoptó como criterio. Su base es la ley periódica, que establece que las propiedades físicas y químicas de los elementos tienden a repetirse de forma sistemática conforme aumenta el número atómico, formando ciclos.
La clasificación y ordenación de las cosas es uno de los más potentes métodos de investigación científica porque permite tanto la comparación como el contraste, logra que unas cosas se agrupen con otras por su similitud, en tanto se separen de otras por su diferencia. Permite, por tanto, aislar y clasificar pero también relacionar mutuamente y observar las transiciones y las transformaciones entre unos objetos y otros. Ocurre con los vertebrados y los invertebrados en biología y con el potasio y el calcio en química. Separar para unir y unir para separar.
En la famosa tabla, los elementos químicos también aparecen agrupados formando colectivos que tienen parecidas características físicas y químicas, lo cual, al mismo tiempo, las diferencia de otros grupos. Por ejemplo, en la columna 18 de la tabla, la última tal como se expone actualmente, aparecen los gases inertes (como el helio, el neón o el argón) llamados así porque su última capa electrónica está saturada de electrones y, como le ocurre a los neutrinos, interaccionan con dificultad con otros elementos. En la primera columna está el grupo de los metales alcalinos (litio, sodio, potasio, entre otros) que, al contrario que los anteriores, tienen gran facilidad para combinarse con otros elementos desprendiéndose del último electrón de su capa para cederlo al otro elemento.
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