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Manuela Mamani, más conocida como Manú, es una niña aymara que vive en el altiplano chileno con su mamá, su papá y doce llamas. En vísperas de su séptimo cumpleaños, Manú pidió a sus padres que no le trajeran obsequio alguno. Ella quería un regalo muy especial: ir a la escuela en la ciudad porque en su pueblo no había ninguna. Cuando Manú le dijo a su padre lo que quería, este se enfureció mucho, pues no estaba de acuerdo. Si estudiaba en la ciudad, tendría que vivir allá, y sólo podría ir a la casa de su tía Eduvigis, con quien su papá estaba peleado
desde hacía años. Pero Manú tenía muchos deseos de aprender cosas, por eso se trazó un plan para hacerlo a escondidas de sus padres: todos los días llevaría a pastar a las llamas y las dejaría en el bofedal, mientras que ella iría a la escuela de la ciudad montada en su amigo, el cóndor Kunturo. Así lo hizo. Pero cuando llegó a la escuela, los niños se burlaron de Manú, porque mientras ella hablaba aymara, los demás lo hacían en castellano. Sólo una de las niñas, que hablaba
ambas lenguas, se acercó y conversó con ella. Manú se sintió mal; fue el peor día de su vida. Al llegar a casa, no les contó nada a sus padres, pues si lo hacía se enterarían de que los había engañado. Pese a todo, sintió que debía regresar. Y así lo hizo. Al día siguiente, fue de nuevo a la escuela. En su camino vio el mar agitado y las olas muy altas, tanto que estaban invadiendo la costa. Manú pensó que debía dar la alarma en la escuela y se dirigió allá. Gracias a ella, los niños de la escuela y muchas otras personas fueron en carros hacia el pueblo de la niña. De esta manera, evitaron el tsunami y ambos pueblos estrecharon sus lazos de amistad y confraternidad.
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