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Respuesta:
ArribaAbajoManuscrito
Que el autor dejó inédito por los motivos que expresa en la siguiente
Copia de los documentos que manifiestan la arbitrariedad del gobierno español en esta América relativos a este cuarto tomo, por lo que se entorpeció su oportuna publicación en aquel tiempo y no ha podido ver la luz pública sino hasta el presente año. Paran en mi poder los documentos originales.
Excelentísimo señor:
Don Joaquín Fernández de Lizardi, con el debido respeto ante Vuestra Excelencia, digo: que el señor su antecesor me concedió su permiso para dar a las prensas una obrita que he compuesto con el título de Periquillo Sarniento, previa la calificación del señor alcalde de corte don Felipe Martínez.
Con esta condición y permiso han visto la luz pública los tres tomos primeros de esta obrita. El cuarto está concluido y aprobado por el ordinario, como verá Vuestra Excelencia por el documento que original acompaño; y, siendo necesaria para su publicación la licencia de Vuestra Excelencia, le suplico se sirva concedérmela, decretando si dicho tomo deberá pasar a la censura del señor Martínez como los tres anteriores, o a otro sujeto que sea del superior agrado de Vuestra Excelencia.
Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. México, octubre 3 de 1816.
Excelentísimo señor.
Joaquín Fernández de Lizardi.
México, 6 de octubre de 1816.
Pase a la censura del señor alcalde del crimen don Felipe Martínez.
Una rúbrica.
—4→
Excelentísimo señor:
He visto y reconocido el cuarto tomo del Periquillo Sarniento; todo lo rayado al margen en el capítulo primero en que habla sobre los negros me parece, sobre muy repetido, inoportuno, perjudicial en las circunstancias e impolítico, por dirigirse contra un comercio permitido por el rey; igualmente las palabras rayadas al margen y subrayadas en el capítulo tercero deberán suprimirse; por lo demás, no hallo cosa que se oponga a las regalías de Su Majestad, y Vuestra Excelencia, si fuere servido, podrá conceder su superior licencia para que se imprima.
México, 19 de octubre de 1816.
Martínez.
México, 29 de noviembre de 1816.
No siendo necesaria la impresión de este papel, archívese el original y hágase saber al autor que no ha lugar a la impresión que solicita.
Una rúbrica.
Fecho.
Una rúbrica.
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ArribaAbajoVida y hechos de Periquillo Sarniento
Escrita por él para sus hijos
ArribaAbajoCapítulo I
Refiere Periquillo su buena conducta en Manila, el duelo entre un inglés y un negro y una discusioncilla no despreciable
Experimentamos los hombres unas mutaciones morales en nosotros mismos de cuando en cuando que tal vez no acertamos a adivinar su origen, así como en lo físico palpamos muchos efectos en la naturaleza y no sabemos la causa que los produce, como sucede hasta hoy con la virtud atractiva del imán y con la eléctrica; por eso dijo el Poeta que era feliz quien podía conocer la causa de las cosas.
Pero así como aprovechamos los efectos de los fenómenos físicos sin más averiguación, así yo aproveché en Manila el resultado de mi fenómeno moral, sin meterme por entonces en inculcar su origen.
El caso fue que, ya por verme distante de mi patria, ya por libertarme de las incomodidades que me acarrearía el servicio —6→ en la tropa por ocho años a que me sujetaba mi condena, o ya por el famoso tratamiento que me daba el coronel, que sería lo más cierto, yo procuré corresponder a sus confianzas, y fui en Manila un hombre de bien a toda prueba.
Cada día merecía al coronel más amor y más confianza, y tanta llegué a lograr que yo era el que corría con todos sus intereses, y los giraba según quería; pero supe darme tan buenas trazas que, lejos de disiparlos, como se debía esperar de mí, los aumenté considerablemente comerciando en cuanto podía con seguridad.
Mi coronel sabía mis industrias; mas, como veía que yo no aprovechaba nada para mí, y antes bien tenía sobre la mesa un libro que hice y titulé Cuaderno económico donde consta el estado de los haberes de mi amo, se complacía en ello y cacareaba la honradez de su hijo. Así me llamaba este buen hombre.
Como los sujetos principales de Manila veían el trato que me daba el coronel, la confianza que hacía de mí y el cariño que me dispensaba, todos los que apreciaban su amistad me distinguían y estimaban en más que a un simple asistente, y este mismo aprecio que yo lograba entre las personas decentes era un freno que me contenía para no dar que decir en aquella ciudad. Tan cierto es que el amor propio bien ordenado no es un vicio, sino un principio de virtud.
Como mi vida fue arreglada en aquellos ocho años, no me acaecieron aventuras peligrosas ni que merezcan referirse. Ya os he dicho que el hombre de bien tiene pocas desgracias que contar. Sin embargo, presencié algunos lancecillos no comunes. Uno de ellos fue el siguiente.
Un año que con ocasión de comercio habían pasado del puerto a la ciudad algunos extranjeros, iba