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Con el veneno de una serpiente carcomiéndole la sangre, doña Nicolasa Becerra dispuso en 1809 que, después de su muerte, hicieran 200 misas para salvar su alma y que se repartieran 30 pesos entre los más pobres de Quibdó. Ella, dueña y señora de una mina de oro y de 31 esclavos, era una de las viudas más ricas en los alrededores del río Bebaramá, un paraje rodeado de manigua en la Provincia del Citará.
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