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Los años cincuenta están dominados por la poesía social, que supeditaba las exigencias de estilo a la función testimonialista o revolucionaria. Un lenguaje poético progresivamente desvitalizado se ponía al servicio de unos temas que apenas admitían variación («formalismo temático», en caracterización de José Ángel Valente): sordidez de lo cotidiano, injusticia social, miseria, trabajo mecánico, vida sin horizontes, opresión política... Aunque los presuntos destinatarios de la poesía social requerían un estilo llano y sin complicaciones, paradójicamente la necesidad de sortear la censura fue adiestrando a los autores en el uso de recursos formales más alambicados, lo que, de paso, alejaba a esta poesía del público al que se dirigía. La necesidad de redoblar la cautela ante los censores, y un cierto cansancio de la lírica «contenidista», son causa de la utilización cada vez más pronunciada de los resortes del distanciamiento y de una mayor complejidad estructural del poema.