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La ciencia y la tecnología han terminado por transformar numerosos asuntos de las sociedades contemporáneas. Son innegables los beneficios que de tal transformación se obtienen, pero también son numerosos los riesgos que han surgido de tan vertiginoso desarrollo. Esta doble condición, obliga a que la ciencia y la tecnología deban ser vistas con una actitud más crítica, ya que no siempre son los mismos impactos los que se presentan en el mundo "desarrollado" que en los países del sur.
Se les atribuye a la ciencia y a la tecnología grandes efectos sobre la sociedad, en particular en el campo de las tecnologías de la producción y de la información, y en el de la biotecnología. Algunos críticos consideran que estos desarrollos han contribuido a que los países, regiones y grupos sociales más ricos, se hubieran vuelto más ricos, es decir, que la brecha entre ricos y pobres que se pensaba podía disminuir en los años 70, habría aumentado. La ciencia y la tecnología que se ha hecho en estos países parecen no haber contribuido suficientemente para contrarrestar el aumento, en más de mil millones de personas pobres en el mundo, o los más de mil millones de personas sin agua potable y adecuado saneamiento, o los millones de personas sin techo, etc. Africa y América Latina, en la década de los ochenta fueron testigos de la detención e incluso de la involución de los logros alcanzados en cuanto a nivel de vida. Es como si la ciencia y la tecnología favorecieran los intereses de los grupos sociales y países más fuertes, poderosos y ricos del mundo (Petrella, 1.994). Algunos hechos señalan esta tendencia, por ejemplo, se da prioridad a las áreas de Investigación y Desarrollo (I+D) destinadas a desarrollar productos que satisfacen las necesidades ya casi saturadas de una pequeña minoría de países desarrollados, como el caso del 90% del gasto en I+D para la industria farmacéutica, el cual se destina al tratamiento de las enfermedades de la vejez de la población de las ciudades y regiones más ricas del mundo. Otro ejemplo lo constituye el acelerar el proceso de sustitución de importaciones de los países pobres y en desarrollo, por los productos producidos en los países desarrollados, como sucede con los materiales compuestos que reemplazan las materias primas tradicionales con ayuda de la biotecnología (Petrella, ibid).
Pero sabemos que la ciencia y la tecnología solo juegan un papel en estos aspectos y que se requiere un reajuste más profundo de índole, social, político y económico. Sin embargo, sabemos también que si la ciencia y la tecnología no tienen una orientación más sensible frente a estos problemas, continuarán contribuyendo significativamente a aumentar la desigualdad global.
Algunos de los retos de la sociedad, que la ciencia debería asumir como suyos, en los próximos años, tienen que ver, por ejemplo, con atender el crecimiento de la población, con la urgencia de asegurar un desarrollo sustentable, con la satisfacción de las crecientes necesidades básicas y aspiraciones de las que serán cinco mil millones de personas pobres en el mundo en menos de veinte años, con el aprovisionamiento de empleos frente a los cambios tecnológicos, entre otros. Pero en América Latina y el Caribe, considerada como la región más inequitativa del mundo y que requiere un fuerte desarrollo científico-tecnológico para ayudar a contrarrestar la creciente miseria, se reporta un reducido nivel de atención en ciencia, y el poco existente se estima que está centrado solo en grupos minoritarios de población, agravando así la inequidad (UNESCO, 2.000).
En este contexto, ¿qué podemos hacer desde la educación? ¿Cómo podemos contribuir desde nuestros espacios, a favorecer una relación de la ciencia y la tecnología, tanto globales como locales, con los intereses y necesidades de nuestra sociedad? ¿Cómo podemos hacer de la escuela un laboratorio de análisis, debate y participación de situaciones relacionadas con el desarrollo tecnocientífico, para favorecer la calidad de vida (Martín, et al, 2.001)? ¿Qué podemos hacer para superar la tendencia en la enseñanza de las ciencias, centrada en los contenidos y con un fuerte enfoque reduccionista, la mayoría de las veces soportada por un conjunto de elementos que refuerza el aprendizaje memorístico, lleno de datos, acrítico y descontextualizado (Schiefelbein, 1.995; Novak, 1.988)? ¿Cómo lograr que la enseñanza científica aporte competencias para los planos profesional, operatorio, y democrático? ¿Es posible fomentar un espíritu científico con sentido crítico y con conocimiento sobre la dinámica de la ciencia, sus procesos de cambio, de ruptura, usos y demás aspectos relacionados con la vida contemporánea (Hart, 1.990)?
Estas son algunas de las preguntas que una educación científica-tecnológica debería abordar. Las podemos resumir bajo una sola inquietud: ¿Cuáles son las nuevas claves educativas que necesitamos