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Respuesta:
Aunque el concepto de ciudadanía se
relaciona habitualmente con el ámbito de la
modernidad, su nacimiento se produjo
realmente mucho antes, concretamente hace
unos 2.500 años, en la época de la Grecia
clásica. Poco a poco, tras muchos esfuerzos y
vaivenes, la idea de ciudadanía ha ido
ampliando su vigencia y afectando cada vez a
más esferas de la realidad. También ha ido
ampliando los derechos vinculados al concepto
en sí, de manera que, si en un principio sólo se
beneficiaba de ellos una pequeña élite, más
recientemente el marco se ha ampliado de
manera notable, hasta alcanzar una igualación
considerable. En este sentido podemos hablar,
incluso, de un progreso que se ha ido
encaminando, en etapas ya muy cercanas,
hacia una “ciudadanía universal” que trasciende
diferencias nacionales, religiosas o culturales.
De sociedades identitarias y excluyentes,
hemos pasado, principalmente en el ámbito de
las democracias occidentales (sólo una tercera
parte de los países son sistemas democráticos),
a sociedades plurales y multiculturales en las
que priman identidades sociales múltiples.
También, de un tipo de ciudadanía vertical
hemos pasado a uno horizontal, en el que las
identidades no se heredan automáticamente,
sino que se articulan individualmente de un
modo reflexivo.
¿Por qué es tan importante para nuestro
mundo la idea de ciudadanía? Para entenderlo,
primero sería necesario hacer un poco de
antropología. Como decía Aristóteles, el
hombre es un ser social, un individuo que
necesariamente debe vivir, de una o de otra
manera, en un ámbito comunitario. Por tanto,
el eje de la comunidad (democrática) no puede
quedar definido por un determinado individuo o
grupo, sino por el conjunto de relaciones y
vínculos interindividuales que se conforman a
un nivel lo más libre e igualitario posible.