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Las reuniones entre comerciantes, indispensables en todos los países y localidades donde se han practicado transacciones de la misma especie, han debido ser tan antiguas como el comercio mismo y han seguido la evolución de su desarrollo y movimiento. Cuando las exigencias del comercio eran exiguas y la contratación no pasaba de una esfera limitada, dichas reuniones podían celebrarse en cualquier punto, bajo cualquier forma, sin aparato y sin otras condiciones que las precisas para satisfacer su poco importante objeto. Cuando, ensanchada la esfera del comercio, fue preciso facilitar la contratación, simplificar las fórmulas de esta y regularizar todos los actos (poniendo en continua y diaria relación a las personas dedicadas a ellos), las reuniones debieron celebrarse en algún sitio público con fórmulas determinadas para el caso y con ciertas condiciones que cumpliesen con estos fines más complejos.
Tal debió ser el origen de lo que, en unas partes, se llamó casas de contratación, en otras lonjas de comercio y, más adelante, colegios de comerciantes y mercaderes. Por eso, tan pronto como el comercio adquirió mayor grado de prosperidad en el siglo XIII, al tiempo que se fundaron algunos consulados y otros establecimientos, se pensó también en regularizar las reuniones de comerciantes y organizarlas de manera que, ofreciendo las garantías convenientes, pudiesen proporcionar a esta actividad todas las ventajas que eran de esperar de tales mejoras.
Lonja de Barcelona