Respuestas
La muerte es la última y definitiva de las crisis a las que se enfrenta la persona. Por eso un espacio privilegiado en que resuenan los valores y temores de cada varón y mujer y de cada sociedad. También aquí la ética puede realizar un discernimiento axiológico sobre el montaje cultural en torno a la muerte y el fallecimiento; el campo de las actitudes ante la muerte puede estar produciendo una subversión utilitarista en la visión de la muerte.
Considerar la responsabilidad de los médicos y su iniciativa para informar al paciente moribundo sobre la seriedad de su situación (¡!)Tal responsabilidad incumbe también al personal sanitario y asistencial, al igual que los familiares del enfermo.
También le pertenece el discernimiento sobre los intentos de vencer técnicamente la muerte o el envejecimiento, mediante procedimientos como la hibernación o mecanismos de investigación electrónica.
Como se podrá apreciar este es el complejo panorama que debe afrontar la reflexión ética y el camino no parece ser para nada corto. Hoy, y desde hace un tiempo, no solo se dirigen las funciones corporales del agonizante, sino que la misma persona del moribundo es frecuentemente objeto de manejos y de manipulación, como lo expresara B. Häring en su Ética de la manipulación.
Concepto de muerte clínica[4]
En opinión de moralistas y bioeticistas importantes[5], la valoración ética sobre los conflictos entre valor de la vida humana y el derecho a morir dignamente ha de tener en cuenta los resultados de la ciencia sobre la muerte clínica.
Se considera como muerte la suspensión de toda manifestación de vida del organismo en su conjunto. Necrosis es la extinción de una determinada parte del cuerpo. La muerte es un proceso gradual, que comienza por el fallo funcional de un órgano vital. Se dice que el momento-muerte corresponde al límite más allá del cual no es posible el retorno y una revivificación; es decir, la irreversibilidad es la característica fundamental de la muerte.[6]
La confirmación de la muerte es un dato y una tarea propia de la ciencia, de la medicina en este caso. Pío XII ya había declarado que era competencia del médico y no de la teología, la confirmación del momento de la muerte[7]Hasta no hace mucho tiempo, se consideraba el último latido del corazón como final de la vida humana, porque la interrupción de la actividad cardíaca provoca instantáneamente la pérdida de la conciencia y el colapso de los demás sistemas de órganos.
Con los avances de la ciencia, con los trasplantes de órganos, especialmente del corazón, dieron lugar a una redefinición del concepto de la muerte, es decir, de los criterios para determinar el momento-muerte de una persona. Así se sabe hoy que en condiciones favorables, varios órganos sobreviven a la interrupción de la actividad cardíaca: el mismo corazón sobrevive entre una y una hora y media; los riñones, dos horas y media; el hígado, veinte a treinta minutos; los pulmones, de treinta a sesenta minutos; el cerebro, de ocho a diez minutos.