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Jules Verne fue un apasionado del mar. A la periodista Marie A. Belloc, que lo entrevistó en 1895, a sus sesenta y siete años, le confesó con melancolía: «Soy un devoto del mar, y no puedo imaginar nada más ideal que la vida de un marinero.» Esta fuerte atracción que sintió desde su infancia en la ciudad portuaria de Nantes, lo llevó a adquirir hasta tres barcos, con los cuales navegó en numerosos cruceros alrededor de los mares europeos. Sin embargo, la única vez que el escritor se animó a viajar hasta Nueva York, junto a su hermano Paul, en 1867, lo hizo a bordo del barco más grande de su tiempo, el Great Eastern. El propósito de Verne era usar sus notas de viaje hasta Norteamérica para escribir una nueva obra. El estudio de su diario de viaje revela esta decisión, pues se trata de una valiosa libreta de apuntes con documentación precisa de notas, figuras y esquemas alusivos al viaje, de los cuales tomará la data necesaria para redactar el libro, al que finalmente titulará Una ciudad flotante.
Explicación:
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Por lo descrito, Una ciudad flotante es una novela discreta que nos relata la historia de un amor imposible, entre dos amantes que se encuentran por pura casualidad en el mismo barco en que viaja el escritor, quien parece ser el narrador de los hechos.