de qué manera los testigos de Jesús realizan el compromiso con la realidad actual.
vean los puntos que estoy dando respondan bien por favor
Respuestas
Respuesta:
Por virtud de su oficio del sacerdocio, los apóstoles son nombrados testigos especiales de Cristo en todo el mundo (véase D. y C. 107:23). Su testimonio es vital en la obra del Señor para la salvación. No obstante, los apóstoles no deben estar solos, ni lo están. Todos los que hemos sido bautizados y confirmados hemos tomado sobre nosotros el nombre de Jesucristo con el compromiso de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9). El llegar a ser Sus testigos está dentro de la capacidad de cada uno de nosotros. En verdad, el Señor confía en “los débiles y sencillos” para proclamar Su evangelio (véase D. y C. 1:19, 23), y Su deseo es “que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo” (D. y C. 1:20).
Consideremos algunas maneras en las que un miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puede ser testigo de Cristo.
Somos testigos de Cristo cuando recibimos un testimonio certero y personal de que Él vive.
En el sentido más básico, el ser testigo de Jesucristo es poseer un testimonio certero y personal de que Él es el Hijo divino de Dios, el Salvador y Redentor del mundo. Los apóstoles de la antigüedad sabían que Jesús era el Mesías prometido y hablaron por experiencia personal de Su resurrección literal. Sin embargo, un testigo de Cristo no tiene que haberlo visto ni haber estado en Su presencia. Cuando Pedro le testificó a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, el Señor le respondió diciendo que ese conocimiento no le había llegado por su proximidad física ni por experiencias que hubiera tenido con Él, sino porque Su Padre Celestial se lo había revelado (véase Mateo 16:15–17). Y Jesús le aclaró a Tomás que una persona podía tener la misma creencia o testimonio que él tenía sin haberlo tocado ni haberlo visto: “Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29).
Nuestro testimonio de Cristo por lo general comienza con el testimonio de otras personas, de gente que conocemos o de quienes hemos oído y en quienes confiamos. Tenemos registrado el testimonio de los apóstoles de que “a este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:32). Tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento de Su preordenación, Su ministerio y Su expiación. Tenemos otro testamento, el Libro de Mormón, el propósito principal del cual es “convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”1. Tenemos el testimonio del profeta José Smith de que él vio y oyó al Padre cuando, señalando a Jesús, dijo: “Éste es mi Hijo Amado” (José Smith—Historia 1:17), y más adelante la atestiguación del Profeta de que “después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive! Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre” (D. y C. 76:22–23). Tenemos a los testigos especiales de nuestros días que viven entre nosotros y de quienes recibimos, con nuestros propios ojos y oídos, un testimonio ratificatorio. Muchos tienen la gran bendición también de oír
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