Art. 40 - La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios. Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias.
Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine.
El precio por la expropiación de empresas concesionarios de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido.
PREGUNTA:
¿Cómo se relaciona este artículo con los objetivos de Perón: independencia económica y soberanía política?
Respuestas
Respuesta:
Este trípode ideológico lanzado por Juan D. Perón, por su amplitud y por su propia naturaleza, puede ser suscrito por todos los argentinos o, al menos, por una amplia mayoría, y del mismo modo en casi todos los países, porque responde a anhelos profundos de los pueblos.
Pero la cuestión de fondo que se plantea y que hace a la renovación de ideas que Argentina necesita de un modo urgente no es sobre los grandes objetivos a alcanzar, sino sobre las ideas centrales que hagan posible que esos enunciados de gran porte se conviertan en una realidad palpable, visible, existencial, de tal modo que la sociedad pueda comprobar su veracidad ontológica.
¿Por qué son tan importantes las ideas que tienen la capacidad de traducir en hechos estos magníficos enunciados globales? Porque la experiencia de los últimos 70 años muestra a todos los que no están cegados por un fanatismo sectario de índole ideológica que, como nación, estamos muy, pero muy lejos, de tener soberanía política, independencia económica y justicia social.