• Asignatura: Química
  • Autor: valerialedezma0605
  • hace 5 años

¿Cuántos electrones pierde o gana el Ar?

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Respuesta dada por: dysabel
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Conoce tus elementos - El argón

2008/10/20

Con la entrada de hoy completamos la tercera fila (o tercer período) de la tabla periódica de la serie Conoce tus elementos, con el elemento de dieciocho protones. Al igual que sucedió en el segundo período, en el que un elemento extraordinariamente reactivo (el flúor) era seguido por otro tremendamente inerte (el neón), inevitablemente va a pasar lo mismo ahora: en el último artículo de la serie hablamos acerca de un oxidante muy activo, el cloro (que, como el flúor, necesitaba un electrón más en la última capa para ser estable)… de modo que hoy hablaremos de un elemento con capas electrónicas completas, de una estabilidad muy grande.

Igual que pasó con el neón, al tratarse de un elemento inerte no va a tratarse hoy de un artículo largo, pero hay algunas cosas curiosas que contar, no sólo sobre el elemento en cuestión sino sobre cómo funciona la investigación científica y cómo avanza nuestro conocimiento de la Naturaleza. Hablemos del argón.

Puesto que el argón tiene dieciocho protones, en su estado normal (no ionizado) tiene también dieciocho electrones; dos de ellos llenan la primera capa electrónica (recuerda que ahí caben dos), ocho llenan la segunda capa y ocho llenan la tercera capa: de ahí que este elemento se encuentre en el tercer período (tiene electrones en tres capas diferentes), y en el octavo grupo (tiene ocho electrones en la última capa).

Respecto a los neutrones, existen tres isótopos estables de este elemento en la Tierra: el 36Ar con 18 neutrones (18 protones + 18 neutrones = 36 nucleones), el 38Ar con 20 neutrones y el 40Ar con 22 neutrones. Sin embargo, de estos tres prácticamente todo el argón de la Tierra es 40Ar (el 99,6%). Recuerda que, a casi todos los efectos, los isótopos estables de un elemento se comportan prácticamente igual, salvo que unos pesan algo más que otros. Lo que da a un átomo la mayor parte de sus propiedades fundamentales es la configuración electrónica, sobre todo la de la capa más exterior (por ejemplo, en el caso del argón lo que más lo define es que su última capa está completa).

¿Qué necesita el argón entonces, para ser estable? Absolutamente nada: ya lo es, pues no tiene capas electrónicas incompletas. De ahí que se trate de uno de los gases nobles o gases inertes, como el neón o el helio, de los que ya hemos hablado anteriormente en la serie. Esto no quiere decir que no reaccione jamás con nada, pero no suele suceder a menudo, y desde luego el argón no forma parte de moléculas orgánicas ni tiene un lugar en ningún proceso de importancia en nuestro entorno.

De hecho, el argón pasó absolutamente inadvertido a la gente durante muchísimo tiempo, y fue hace relativamente poco que nos dimos cuenta de que existía: al no reaccionar con nada, simplemente “está ahí” y no es fácil descubrirlo, ni siquiera es líquido o sólido a temperatura ambiente por su propia estabilidad electrónica, sino que sólo se encuentra en forma gaseosa. Además, es incoloro, inodoro, insípido… pero está a nuestro alrededor en cantidades nada despreciables.

Puede que te sorprenda, estimado lector, leer que al respirar inhalas y exhalas cantidades considerables de argón, sin siquiera notarlo, por supuesto – alrededor del 1,3% de la masa de la atmósfera es argón. Esto puede no parecer mucho, pero la atmósfera pesa unos 5,15·1018 kg, de modo que hay unos 6,7·1016 kg (casi setenta billones de toneladas) de argón en nuestra atmósfera.

Y es que este gas inerte es especial: aunque no es, ni de lejos, el más abundante en el Universo (hay muchísimo más helio, por supuesto), tiene la suficiente masa atómica como para que la gravedad terrestre haya sido capaz de retener una cantidad muy grande a lo largo de los eones. Otros gases nobles más pesados aún (como el xenón), al tener masas atómicas mayores, se producen menos frecuentemente y en menor cantidad en la fusión estelar, de modo que el argón tiene el “equilibrio perfecto”: es suficientemente ligero para ser abundante, y suficientemente pesado como para no escapar de la atmósfera con la facilidad del helio.

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