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Respuesta:
Durante las últimas décadas, la filosofía de la ciencia se ha visto forzada a replantearse la
cuestión de su propio estatus como conocimiento para superar los problemas surgidos tanto a
partir del fundacionalismo lógico como de los autores del giro historicista. Para superar estos
problemas, ha tenido que renunciar al estatus de metaciencia que se había otorgado a sí misma
en sus orígenes: se trata de pasar a concebir la filosofía de la ciencia como una ciencia más, o
por lo menos, partir del conocimiento científico para basar sus teorías acerca de la ciencia. En
ello consiste el naturalismo.
Como punto de partida, en este trabajo analizaremos en detalle cómo ha tenido lugar este
cambio de planteamiento en la historia de la filosofía de la ciencia como disciplina, así como
las implicaciones, ventajas y límites que supone considerar la reflexión filosófica respecto al
conocimiento científico como una ciencia más.
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1. Las raíces del naturalismo
Por lo menos desde sus inicios a principios de siglo XX, la filosofía de la ciencia como
disciplina se ha situado en un plano distinto al de la ciencia, gracias a lo cual ha podido
justificar su carácter normativo. Así, la filosofía de la ciencia del círculo de Viena no se
preocupa por describir cómo es la ciencia que hacen los científicos, sino de cómo tiene que
ser la ciencia que hacen los científicos. Al situarse en este otro plano, el filósofo de la ciencia
asegura su ámbito de investigación, distinto del de otras disciplinas que tienen también por
objeto el estudio de la ciencia como, por ejemplo, la historia de la ciencia. El filósofo lo que
hace son reconstrucciones racionales de las teorías científicas con la finalidad de analizar si
son consistentes. El contexto de descubrimiento carece de interés para el filósofo, ya que él se
limita a reformular las teorías de manera que cumplan con los requisitos que las convierten en
teorías racionales; requisitos que, dicho simplificadamente, consisten en que la teoría se base
exclusivamente en enunciados observacionales que se relacionan internamente de manera
lógico-matemática.
Los problemas de este enfoque de la filosofía de la ciencia surgen de inmediato: si las
únicas teorías aceptables son las que se basan en enunciados observacionales relacionados de
manera lógica, ¿de qué tipo son los enunciados de la filosofía? Como los mismos miembros
del círculo de Viena admiten (quizás para delimitar su terreno), sus enunciados no pueden ser
observacionales, ya que no se ocupan de describir lo que los científicos hacen, sino de llevar a
cabo reconstrucciones racionales sobre el trabajo de los científicos para después analizar su
consistencia lógica y su base empírica. Dicho de otro modo, analizan si las teorías son
consistentes con las reglas que se supone que tienen que cumplir. Se sitúan desde buen
comienzo en el ámbito normativo definiendo su filosofía de la ciencia, no como una ciencia,
sino como una metaciencia.
Con esto, aunque podamos pensar que la filosofía queda degradada a una disciplina de
segundo orden, los filósofos de la ciencia consiguen situarse en un plano en el que la realidad
de las cosas carece de importancia. El hecho de que los científicos en su día a día no se
preocupen, por ejemplo, de basar sus teorías en enunciados observacionales, no afecta para
nada a los postulados del filósofo de la ciencia, porque él se ocupa solo de reconstruir la teoría
que ha descubierto el científico y analizarla para ver si satisface o no sus criterios
epistemológicos. La cuestión es ¿y de donde surgen estos criterios normativos? ¿Sobre qué
base afirmamos que los enunciados de la ciencia deben basarse en la lógica y en la
Explicación: