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Tras la derrota de Napoleón, las monarquías de Rusia, Austria y Prusia establecieron en 1815 una alianza cuyo objetivo fue el mantenimiento en Europa del statu quo absolutista, monárquico y religioso, a fin de impedir el surgimiento y propagación de movimientos revolucionarios o seculares. Se puede afirmar que las élites españolas quedaron impregnadas de esos valores y a lo largo de los siglos XIX, XX y lo que llevamos de XXI no han hecho otra cosa que intentar mantenerlos, a sangre y fuego, para evitar la cristalización de las ideas liberales y, posteriormente, progresistas.
Pronunciamientos, golpes de Estado y guerras civiles a lo largo de los dos últimos siglos han conformado en España un fuerte pensamiento reaccionario (debilitado tan sólo en las dos breves experiencias republicanas), sustentado en la exaltación de la propiedad (latifundista y financiera), la monarquía, el nacionalcatolicismo y el combate permanente contra una antiEspaña sustanciada en la izquierda, el federalismo y el laicismo (anteriormente también en la masonería y el judaísmo).
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