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La vida de un monje en la Edad Media se centraba sobre todo en la oración y la observancia religiosa. Desde el primer servicio del día a las últimas oraciones de la noche, cada periodo de 24 horas seguía el mismo patrón. La única vez que se rompía esta rutina era cuando la iglesia celebraba lo que se conocen como los tiempos fuertes, como la Pascua o la Navidad. En ese momento, los monjes se podían permitir lujos como comer carne y beber cerveza.
El día del monje medieval comenzaba antes del amanecer, con los maitines, el primer servicio del día, alrededor de las 02.00 de la madrugada. Los monjes abandonaban sus dormitorios y, alumbrados con velas, bajaban las escaleras para entrar en la iglesia a oscuras a celebrar el primer servicio del día. Después, podían volver a la cama a descansar, hasta el nuevo servicio, justo al alba, después de un simple desayuno de pan.
El término scriptorium,a literalmente «un lugar para escribir», se usa habitualmente para referirse a la habitación de los monasterios de la Europa medieval dedicada a la copia de manuscritos por los escribas monásticos. No obstante, múltiples indicios (tanto documentales como arqueológicos) parecen indicar que tales habitaciones fueron muy poco frecuentes; la mayor parte de la escritura monástica se habría realizado en una especie de cubículos que existían en los claustros o en las propias celdas de los monjes. Por lo demás, las referencias especializadas suelen aludir en la actualidad con el término scriptoria a la producción escrita de un monasterio, y no a unas habitaciones.
En cualquier caso, e independientemente de su identidad física, un scriptorium era, necesariamente, una zona próxima o adjunta a una biblioteca; dicho de otra forma, la presencia de una biblioteca es indicio de la existencia próxima de un scriptorium. Los scriptoria, en este sentido de habitaciones dedicadas a un fin concreto, probablemente solo existieron durante periodos de tiempo limitados, cuando una institución o un individuo querían conseguir un gran número de textos copiados para nutrir una biblioteca; una vez que esto se conseguía, no habría necesidad de que tales zonas siguiesen estando habilitadas para ello. Hacia comienzos del siglo XIII, se empezaron a desarrollar también negocios seculares de copia de textos; los escribas profesionales pudieron haber llegado a tener habitaciones especiales dedicadas a su tarea, pero en la mayor parte de los casos lo más probable es que tuviesen una mesa de escritura próxima a una ventana en sus propias casas.
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