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Las relaciones de Sarmiento con el vencedor de Caseros no tardaron en complicarse. Sarmiento veía en Urquiza un conservador a destiempo que, si bien quería establecer en el país una constitución de corte republicano y federal, estaba decidido a rehacer los viejos arreglos entre gobernadores de la ya derrotada confederación rosista. A Urquiza, por su parte, le costaba entender -y soportar- la pasión con que el ex boletinero embestía sin vueltas ni engaño a los gobernadores complicados con el viejo orden y firmantes luego del Pacto de San Nicolás («ese no hiere por la espalda», decía Urquiza de Sarmiento).
No hubo arreglo aunque sí dudas personales acerca de si convenía permanecer en Buenos Aires. Lo cierto es que Sarmiento emprendió el regreso a Chile por Río de Janeiro a fines de febrero de 1852. Montt ya era presidente y la familia estaba congregada en Yungay con su mujer, su madre, Dominguito y Ana Faustina, que había casado con el impresor Jules Belin y le daba sus primeros nietos. La situación en Chile no podía ser más favorable. Director del Monitor de las escuelas primarias y organizador de la primera red de bibliotecas populares, Sarmiento prosiguió allí su labor de publicista y dio a conocer en 1853 la Memoria enviada al Instituto Histórico de Francia sobre la situación de las repúblicas sudamericanas a mediados de siglo; pero ese ambiente y la invitación de Montt para obtener la nacionalidad chilena que rechazó, aumentaban su desazón y malestar psíquico. «No soporto hacer el Cincinato», confesó a Mitre ese mismo año. ¿Qué había pasado en un lapso tan breve?
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