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Emily BorjaJulieta era la cabecilla del grupo: inteligente, abusona, violenta, con mucha picardía y sin nada de empatía. Todo lo que hacía o decía estaba bien para las otras, que la seguían y reían todas sus fechorías.
- ¡Eh, tú! - le gritó Julieta, al verla en la fila para entrar al aula.
A Marita le pareció que ese tono de voz no indicaba nada bueno, y sin hacer caso se dirigió a su clase. Cuando fue a sentarse, Julieta le habló susurrando a su espalda amenazadoramente, cuidándose de que la profesora no la oyera.
- ¿Dónde vas gorda? ¡Ese es mi sitio!
Marita, sin volverse a mirarla, fue a colocarse en uno de los pupitres de la última fila.
Cuando llegó a casa no contó nada a pesar de estar muy disgustada.
A la mañana siguiente, Marita desayunó nerviosa deseando que esas niñas se hubieran olvidado de ella, pero en cuanto la vieron llegar, al ponerse en la fila para entrar a clase, empezaron de nuevo los ataques.
- ¡Gordaaaaa, gordaaaaa! - le cantaron, delante de todos.
Marita miró hacia otro lado y entró en clase. La mañana transcurrió tranquila hasta la hora de la salida.
Cuando salió las niñas estaban esperándola en la puerta. Marita siguió su camino sin mirarlas, pero una de ellas le puso la zancadilla haciendo que rodara por las escaleras.
- ¡Jajajajajajajaja! ¡Perdona, ha sido sin querer! - escuchó que decía con sorna.
Se estaba levantando del suelo cuando llegó la profesora, que no había visto nada.
- ¿Qué te ha pasado Marita? ¿Te has hecho daño? - le dijo preocupada.
- Solo he resbalado - dijo la niña ocultando la verdad ante la mirada amenazadora de las otras.
Otros niños de la clase vieron lo que estaba pasando, pero por miedo a ser objeto también de sus ataques se callaron.
Pasaban los días y Marita cada vez estaba más amargada, no podía dormir y no sabía cómo resolver esa situación.
- ¿Qué tal en el colegio Marita? - le preguntaban sus padres todos los días.
- ¡Bien! - contestaba escuetamente, por temor a que llegaran sus quejas al colegio, y por tanto a los oídos de Julieta, y salía de la habitación para que no vieran sus lágrimas.
Marita bajó en sus notas, no comía bien, estaba muy triste y se volvió muy reservada.
Los padres estaban preocupados por su cambio de actitud, pero pensaban que le estaba costando mucho adaptarse a la nueva ciudad, la nueva casa y el nuevo colegio, y decidieron tener paciencia y estar más atentos. En el colegio pensaban lo mismo.
Mientras, Julieta y sus seguidoras continuaban con el acoso sin darle tregua. Estuvo así durante todo el curso; atormentada.
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Emily BorjaJulieta era la cabecilla del grupo: inteligente, abusona, violenta, con mucha picardía y sin nada de empatía. Todo lo que hacía o decía estaba bien para las otras, que la seguían y reían todas sus fechorías.
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A Marita le pareció que ese tono de voz no indicaba nada bueno, y sin hacer caso se dirigió a su clase. Cuando fue a sentarse, Julieta le habló susurrando a su espalda amenazadoramente, cuidándose de que la profesora no la oyera.
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Cuando llegó a casa no contó nada a pesar de estar muy disgustada.
A la mañana siguiente, Marita desayunó nerviosa deseando que esas niñas se hubieran olvidado de ella, pero en cuanto la vieron llegar, al ponerse en la fila para entrar a clase, empezaron de nuevo los ataques.
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Cuando salió las niñas estaban esperándola en la puerta. Marita siguió su camino sin mirarlas, pero una de ellas le puso la zancadilla haciendo que rodara por las escaleras.
- ¡Jajajajajajajaja! ¡Perdona, ha sido sin querer! - escuchó que decía con sorna.
Se estaba levantando del suelo cuando llegó la profesora, que no había visto nada.
- ¿Qué te ha pasado Marita? ¿Te has hecho daño? - le dijo preocupada.
- Solo he resbalado - dijo la niña ocultando la verdad ante la mirada amenazadora de las otras.
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