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El atletismo es considerado como el deporte organizado más antiguo del mundo. Por ello, muchos lo consideran como el padre de los deportes.
Al contar con tanto tiempo de historia como el hombre mismo, es más que evidente la evolución que ha tenido. Sin embargo, por muchos cambios que haya tenido el atletismo, en su esencia, continúa siendo la forma en que el hombre se supera a sí mismo físicamente.
En sus comienzos como deporte organizado -en la Antigua Grecia- los vencedores en las pruebas de atletismo eran considerados auténticos héroes.
Es por ello que los ganadores eran proclamados como seres superiores al resto, iniciando la tradición -hasta hoy vigente- de colocarles una corona hecha de ramas de olivo. Una diferencia importante con el atletismo -y el deporte en general- antiguo y actual, es que anteriormente solamente se premiaba al ganador, es decir, al primer lugar.
No existían premios ni distinciones al segundo ni tercer lugar, siendo lo primordial el mostrarse superior al resto. En cambio, actualmente suele dársele preferencia a la sana competencia y a la superación personal, por lo que se suele premiar a los primeros tres o más lugares. Además de que se suele dar un premio simbólico a todos los participantes, por el simple hecho de haber participado.
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Otra diferencia muy evidente es la ropa con la que se competía. Anteriormente los atletas competían sin ropa y con los pies descalzos. Ahora, se cuenta con ropa elaborada con la más alta tecnología, misma que permite a los atletas competir exigiéndose al máximo, cuidando aspectos como una mejor transpiración y una mejor pisada, entre otros.
Con la aparición de los Juegos Olímpicos, en 1896, el atletismo comenzó a tomar el rumbo que lo ha posicionado en lo que es actualmente: una sana competición.
Otro cambio fundamental en el antes y ahora del atletismo es la inclusión. Anteriormente la participación deportiva le era permitida a los hombres exclusivamente, así como a ciertos sectores de la población y, posteriormente, a algunos países.
En nuestros días se permite la participación de cualquier persona, sin importar sexo, raza, religión, nacionalidad, capacidades, etc.
Finalmente, la evolución en las variantes y dificultad de las pruebas es la última gran diferencia. Se podría considerar a la entrada del cronómetro en la escena de los Juegos Olímpicos, en 1912, como el punto determinante en este aspecto. Anteriormente las valoraciones no eran tan calculadas como lo son actualmente, donde se dan diferencias en milésimas de segundos.
Sin importar los cambios del atletismo, algo seguro es que el deseo e ímpetu por competir deportivamente es algo que se mantiene -y se mantendrá- por siempre.