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La corrupción, en pocas palabras, es el abuso de la función pública para beneficio personal. Cada vez más, los líderes reconocen que es una amenaza para el desarrollo, la dignidad humana y la seguridad global. En la cumbre anticorrupción que se llevará a cabo en Londres el 12 de mayo, los líderes mundiales —junto con representantes de empresas y de la sociedad civil— tendrán una oportunidad crucial para actuar a partir de este reconocimiento.
La corrupción es denunciada en distintas culturas y a lo largo de la historia. Ha estado entre nosotros tanto tiempo como el Gobierno; pero, a diferencia de otros delitos, en las últimas décadas se ha vuelto cada vez más sofisticada, con efectos devastadores para el bienestar y la dignidad de infinidad de ciudadanos inocentes.
Para empezar, la corrupción perjudica las perspectivas de crecimiento. Cuando, por ejemplo, la estafa pública es descontrolada, las regalías por los recursos naturales se roban en la fuente de origen o el sector privado está monopolizado por una red reducida de compinches, las poblaciones no pueden concretar su potencial.
Ahora bien, la corrupción también tiene otro impacto que no es tan reconocido. Mientras los ciudadanos ven a sus líderes enriquecerse a expensas de la población, cada vez se sienten más frustrados y enojados. Estos sentimientos pueden conducir a un malestar civil y a un conflicto violento.
Muchas crisis de seguridad internacionales hoy están arraigadas en esta dinámica. La indignación ante el comportamiento despótico de un oficial de policía corrupto llevó a un vendedor de fruta tunecino a prenderse fuego en 2010. Esto desató revoluciones en todo el mundo árabe. Los manifestantes exigían que determinados ministros fueran arrestados y llevados a juicio, y reclamaban la devolución de los activos robados —demandas que rara vez se acabaron cumpliendo—.
En lugares donde los funcionarios del Gobierno sacan provecho de su enriquecimiento e impunidad (y a veces hacen alarde de ellos), los movimientos extremistas —como los talibanes, Boko Haram y el Estado Islámico— explotan la furia de los ciudadanos. La única manera de restablecer la integridad pública, aseguran esos grupos, es por medio de un código de conducta personal aplicado de manera rígida. Sin ningún recurso viable —y ningún camino de seducción pacífica—, ese lenguaje se ha vuelto más y más persuasivo.
“Para determinar la mejor estrategia en cada caso específico, los Gobiernos deben analizar el problema de manera más efectiva, lo que implica mejorar la recopilación de inteligencia y datos”
Es claro que se debe combatir la corrupción. Lo que no está tan claro es cómo. En un mundo de demandas en conflicto, los Gobiernos corruptos pueden dar la impresión de cumplir propósitos vitales. Uno despliega soldados para combatir al terrorismo; otro ofrece un suministro esencial de energía o un acceso a materias primas. Los líderes inevitablemente deben lidiar con compromisos difíciles.
Para determinar la mejor estrategia en cada caso específico, los Gobiernos deben analizar el problema de manera más efectiva, lo que implica mejorar la recopilación de inteligencia y datos. Como sostiene la experta en seguridad Sarah Chayes en Against Corruption (Contra la corrupción), el volumen de ensayos que el Gobierno británico publicará con ocasión de la cumbre, la corrupción hoy es una práctica estructurada. Es el trabajo de redes sofisticadas, no muy diferentes del crimen organizado (a las que suelen integrarse funcionarios corruptos). Los Gobiernos deben estudiar estas actividades y sus consecuencias de la misma manera que estudian a las organizaciones criminales o terroristas transnacionales.
Una vez que cuentan con estas valoraciones, los países donantes deben estructurar la asistencia de un modo que mitigue los riesgos de corrupción. La asistencia militar o para el desarrollo no es apolítica. Los programas deben diseñarse de modo tal de asegurar que los fondos no caigan en manos de élites cleptocráticas. Esto significa que los esfuerzos anticorrupción ya no pueden ser derivados a especialistas con recursos insuficientes; deben ser centrales para la planificación de iniciativas de desarrollo importantes o la venta de sistemas de armas costosos. Los Gobiernos receptores deben entender que el financiamiento se agotará si ellos siguen despilfarrándolo o robándolo.
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espero haberte ayudado dame coronita plis porfavor.