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Cristo fundó la Iglesia. No tiene como fin ganar dinero; ni democracia o dictadura, porque no tiene fines políticos; tampoco es un sindicato, ni una cooperativa, ni una banda de música. Por lo tanto, vamos a llamarle club, aunque sea provisionalmente.
Los cuatro evangelistas nos dan la lista de los doce miembros fundadores del club —que al final quedaron en once, pues Judas fue expulsado por juego sucio y por venderse al adversario.
Ahora bien, decir que alguien funda un club con once miembros o socios puede sugerirnos que se trata de un club de fútbol. Pero en el siglo I no lo pensaban así, pues antes el deporte organizado no era tan importante para las personas como lo es el día de hoy.
Indudablemente no se trataba de un equipo de fútbol. Y no lo digo porque ser futbolista sea malo. En realidad, hoy ser un gran futbolista es ser una de las personas más célebres y admiradas del mundo.
Ser futbolista de primera división es francamente difícil y tampoco es fácil ser apóstol de primera división. Hay que tener capacidad, coraje, clase, cerebro y corazón… y todo eso se dice en la Sagrada Escritura y en la página de deportes.
A los once fundadores del club Cristo los sometió a un entrenamiento durísimo. Así es como salen las grandes figuras.
Lo digo porque después hemos llegado muchos a inscribirnos al club con pretensiones de ser titulares del equipo, pero sin coraje para aguantar los entrenamientos. Y luego nos lamentamos de que no pasemos de reservas… la culpa es nuestra.
Dice Cristo: el que quiera ser de primera división, “que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (Mt. 16, 24).
Duro. Ése es un entrenamiento muy duro. Pero Pedro, Santiago, Juan, Andrés y los otros fundadores aceptan y se entregan a ese entrenamiento. Claro, salen todos titulares del equipo de primera división y mueren con la camiseta puesta.
Más adelante Pablo se inscribe en el equipo y acepta también el entrenamiento. Llega a primera división y hace estas interesantes declaraciones:
“Todos juegan en el estadio, pero no todos reciben el premio. Jugad de forma que lo ganéis… No será coronado vencedor sino el que jugare con todas las de la ley” (cfr. 1 Cor. 9, 24; 2 Tim. 2, 5).
Poco antes de morir, el mismo Pablo dice: “He jugado buen juego, he sido fiel al club; ya no me queda sino recibir el trofeo que en justicia me dará el Señor, árbitro justo” (2 Tim. 4, 7-8).
Tanto Pablo como los otros once tuvieron mucho entrenamiento y mucho amor al club.
Tú también estás inscrito en este club, con la credencial y la camiseta que te dieron en el bautismo. De ti depende llegar a primera división, quedarte en la reserva o tal vez en las gradas como simple espectador.