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El golpe de Estado militar de 1964 en Brasil inaugura una nueva fase en la historia de las intervenciones militares en América Latina. Esta nueva situación se ve reforzada por el proceso que se abre en Argentina, a partir de la intervención de las Fuerzas Armadas en 1966, consolidada en 1976 por un segundo golpe de Estado militar a continuación de la desintegración del peronismo. Dos nuevos golpes de Estado iban a cerrar el ciclo de un
nuevo tipo de intervención en los países del cono Sur. El primero, en Uruguay, marcado por un proceso gradual de militarización del Estado, después de un largo período de gobierno civil, en el que las Fuerzas Armadas deses-
tabilizadas por la acción de los Tupamaros, se adueñan escalonadamente del aparato de Estado después de la declaración de «fuerza interna» en abril de 1972, hasta el golpe definitivo, en junio de 1973 con la disolución del
Parlamento. El segundo, en Chile, bajo el impacto de la violencia militar y del asesinato del Presidente de República, en 1973, se convierte en el ejemplo más traumatizante del proceso de ahondamiento y de estabilización
de los nuevos regímenes militares en América Latina, reduciendo a la apatía, debido a una brutal represión, la movilización política y social de la Unidad Popular Chilena. En esta nueva perspectiva, la justa posición crono-
lógica del fin del gobierno más represivo del Brasil (período Médici 1969-1973) con el brote de los golpes de Estado chileno y uruguayo, desencadena el reexamen de las categorías analíticas utilizadas por los especialistas, al-
gunos de los cuales, sufren en su propia carne los efectos represivos de estos regímenes. A partir de esta nueva coyuntura, cambia el contenido semántico de las explicaciones adelantadas por los especialistas en ciencias
sociales sobre el proceso en curso en América Latina; esto ha provocado que se ponga en tela de juicio el nuevo concepto de autoritarismo, favoreciendo la readopción del concepto clásico de «fascismo».
El retorno al concepto de fascismo que se ha operado en una coyuntura de agravamiento de las crisis políticas en los países del cono Sur, donde la situación paradigmática se desplaza del Brasil a Chile, parece indispen-
sable para la buena comprensión de la evolución de los modelos explicativos en América Latina. La corriente que se había inspirado en la distinición clásica entre autoritarismo y fascismo, desarrollada por Juan Linz a partir del caso español (5), se enriqueció con la más ambiciosa interpretación de Guillermo O'Donnell, quien, a través de la explicación del proceso argentino y brasileño, sostenía que la necesidad de «profundización» del
modelo capitalista y el control de los sectores populares acarreaba la implantación de «Estados burocráticos-autoritarios» Esta nueva corriente
de análisis trataba de inquirir —a través de la crítica de las teorías de la modernización y del desarrollo político que han dominado el decenio anterior acerca del optimismo etnocéntrico que establecía unas relaciones entre la modernización industrial y la democracia, punto de vista presente en los escritos de Lipset, Almond, Coleman, etc. (7). Con la sorprendente ascensión de los militares al poder, las contribuciones de Huntington, Bendix,
Packenham, Withaker y otros explicaron los límites de esas teorías y abrieron la vía a nuevos modelos explicativos sobre la «represión» autoritaria que, paradójicamente, surgió en los países económicamente más mo-
dernos. Por tanto, en este estado la teorización propuesta por O'Donnell no parece suficiente para delimitar conjuntamente los nuevos casos chileno y uruguayo, ni tampoco para captar los perfiles diferenciados de la evolución
de las experiencias argentina y brasileña. Partiendo de los límites del modelo del «Estado burocrático-autoritario» que tuvo, indiscutiblemente, un carácter innovador, al surgir, por un lado, análisis centrados en la hipótesis del
«autoritarismo»