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Como los grandes terremotos, las inundaciones, las epidemias y otras calamidades que tanto tememos, pero que al final acabamos por aceptar, las guerras parecen ser una parte inseparable de la ecología humana. Desde un punto de vista psicológico, las guerras son especialmente devastadoras porque nos producen un sentimiento de profundo fracaso. En las guerras, el enemigo no es la fuerza de la naturaleza o un virus mortal; el enemigo es el mismo hombre. Así pues, las guerras nos enfrentan con las trágicas consecuencias del fallo de la comunicación, la cualidad más creadora del ser humano. Si bien el fracaso del diálogo es la constante de las guerras, cada contienda tiene su psicología, su historia, su geografía y, en definitiva, su propio carácter. En este sentido, la guerra en la antigua Mesopotamia ha evocado conflictos sin precedentes en la sociedad norteamericana. Dilemas que suponen un desafío para esta joven nación en crisis.
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