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El idioma que hablamos es sentimental más que lógico. En este concepto la grafología da, por homología, para la escritura, el sentido en que debe entenderse el análisis del estilo de una lengua oral. Tal como el rasgo caligráfico deja impreso en la letra el alma, la intención y hasta el sino de quien lo traza, así el habla contiene en su dibujo acústico -inflexiones, acentos, pausas, subrayados, mímica concomitante- el rasgo espiritual, el carácter, el sino de quien habla. Eso se percibe en la conversación, pero el filólogo no lo percibe ya en la escritura, y en vano una semiología siempre frustránea intentará fijar esos rasgos del habla. El lenguaje hispanoamericano es, aunque se escriba, esencialmente oral; y aunque esta característica sea común a todos -pues ninguna lengua se ha escrito jamás ni aproximadamente a como se la ha pronunciado, y en este sentido toda escritura es siempre traición-, ha de diferenciarse el territorio donde la lengua constituye el volumen casi total de la vida, de los otros en que el uso de la escritura, por estar más difundido, trabaja de contragolpe sobre el habla.