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Una vez al año, cada 3 de julio, la comunidad campesina de Llinque —ubicada en el distrito de Toraya, provincia de Aymaraes, Apurímac — tiene una afluencia de visitantes fuera de lo común. Ese día, se celebra el aniversario del monumento El Ojo que Llora erigido en 2008 en homenaje a las víctimas del conflicto armado interno que sufrió esta comunidad. Asisten militantes de derechos humanos así como varios actores políticos locales. El vaivén de los carros contrasta con la ausencia habitual de movilidad en el camino que lleva hasta esta remota comunidad. Un estrado con equipo de sonido está instalado en la plaza central, donde se ubica el monumento. Sirve de animado escenario donde se suceden, durante todo el día, los discursos y concursos de cantos y danza elaborados en relación con la memoria de dicho conflicto armado. La ceremonia se distingue como un evento mayor de la comunidad. Por un día, esta plaza despoblada cambia de imagen y una muchedumbre la colma con fuerza.
Los comuneros de Llinque llamaron a su monumento El Ojo que Llora en alusión al memorial epónimo construido en Lima en 2005 con el fin de conmemorar el segundo aniversario de la entrega del Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)1. Esta réplica del memorial limeño ofrece una perspectiva de comparación enriquecedora para analizar la complejidad de los procesos memoriales y sus apropiaciones en las zonas rurales del país. Más allá de los objetivos explícitos relacionados con los proyectos monumentales —construir una sociedad más justa y dejar constancia del sufrimiento vivido para que no se repitan semejantes atropellos a los derechos humanos— existen motivos y razones menos evidentes, como se tratará a continuación, y surgen negociaciones y debates de sumo interés para la investigación antropológica de la memoria viva.
Siendo que la relación con el pasado se elabora a partir del presente, el proceso memorial se vincula necesariamente con los retos políticos y sociales contemporáneos. Así, un monumento a las víctimas de la violencia no solamente las representa a ellas sino, quizás aún más, a los sobrevivientes que lo erigen y protegen, como indica Catherine Brice (2008). Dicho de otro modo, lo que está en juego cuando se conmemora a los muertos es la construcción y el fortalecimiento de la identidad de los vivos. En un país como el Perú, donde los habitantes de las comunidades campesinas siguen sufriendo la marginación en sus distintas expresiones, la cuestión de la memoria del conflicto armado interno, elaborada desde su perspectiva, encierra preocupaciones particulares. En efecto, cuando un grupo de comuneros decide desarrollar un proyecto monumental para su comunidad, conviene analizar el trasfondo histórico y el contexto social que le da sentido.
En este texto nos acercaremos a las narrativas de los comuneros de Llinque desde un enfoque antropológico, analizando cómo vuelven a dar sentido al pasado reciente y traumático mediante el monumento que han decidido construir. Frente a la historia oficial del Estado y al protagonismo de los movimientos de derechos humanos, ¿cómo se reapropian de un espacio discursivo? ¿Y cuáles son las demandas formuladas de manera concreta y simbólica? Primeramente, se detallará el contexto nacional y local en el cual surge el proyecto monumental. Mientras los estudios sobre El Ojo que Llora de Lima se han concentrado sobre el carácter conflictivo de las distintas memorias que se enfrentan en este espacio público y en la manera cómo las víctimas se encuentran jerarquizadas en el relato nacional (Hite, 2007; Drinot, 2007; Milton, 2011; Delacroix, en prensa), se recalcará cómo se construye el predominio de una figura de víctima con rasgos típicamente «andinos». Además, en contrapunto, interesándonos específicamente en el caso de Llinque, se examinará cómo la construcción del discurso de víctima responde, no solo a una realidad histórica dolorosa, sino también a la voluntad de negociar con las relaciones de poder actuales. Después, daremos cuenta del impacto de la racialización y de la alterización del enemigo durante el conflicto armado al ver que los comuneros, identificados como «subversivos» e «indios», buscan, hoy en día y mediante el monumento, deshacerse del peso de esos estigmas para ser considerados de manera más digna y limpia.
creo. Si no está bien pues hay me dises :)