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No hablan como mafiosos, no se visten como mafiosos, no se comportan como mafiosos, pero sí son mafiosos.
No visten marcas de ropa europea ni conducen coches de alta gama. Pueden ser vecinos de un docente de universidad privada o de un viceministro del gobierno en un barrio de clase media alta.
Es la nueva generación de narcos colombianos que no tiene nada que ver con el estereotipo que encarnó como nadie Pablo Escobar, quien murió hace casi 25 años.
Son gente mucho más formada que la que fundó el negocio hace más de cuatro décadas, capaz de moverse con solvencia entre las clases altas y pasar debajo del radar de las fuerzas antidroga mundiales con asombrosa habilidad.
¿El secreto? Bajo perfil, solvencia en el mundo financiero, pocas o ninguna excentricidad y, fundamentalmente, creer ciegamente en que el dinero puede persuadir más que las balas.