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“Señor, tú me sondeas y me conoces”. Me consuela sentir que el señor me conoce, me anima en mi pequeñez. Él sabe mis fallos, mis limitaciones, también sabe de mis buenos deseos, aunque se queden tan raquíticos.
El Señor conoce mi deseo de corazón de que el Mundo sea más justo y solidario; sabe el deseo de que los más débiles y desprotegidos no sufran aún más con esta pandemia, que los enfermos encuentren gestos de consolación…
En mi oración diaria pido “por todos los hombres que andan por la Tierra,” de toda raza, religión y condición ¡Somos tan diferentes y a la vez tan iguales!
“Me estrechas detrás y delante, me proteges con tu mano”. Me siento estrechada de una manera misteriosa por ese Padre que también es misterio y que a veces es noche oscura en medio del dolor.
Encuentro a ese Dios en la maravilla del universo, el mar, las plantas y flores, que estos días florecen para mostrarnos vida y alegría. Sobre todo encuentro a Dios en tantas personas que trabajan cada día por los demás, tanto buen samaritano disperso por todo el mundo.
“Te doy gracias porque me has escogido milagrosamente y son maravillosas tus obras”. Me siento agradecida a Dios, a mi familia, a mis amigos, a mis grupos espirituales, a la Iglesia y sobre todo, a Jesús, que con su vida ilumina la mía a través del Evangelio.
Gracias otra vez a los que estos días dedican su esfuerzo y buen hacer para que la vida de tantas personas sufran lo menos posible los estragos de este momento excepcional. Me siento privilegiada por llevar esta situación rodeada de confort, cariño, alimentos… y de tantas cosas que por cotidianas las damos por habituales.
Por lo que atañe a este grupo (P. de la Salud), doy gracias por todas las personas que he conocido y acompañado; ellas me han enseñado mucho por cómo han afrontado privaciones, tiempos de guerra, momentos difíciles