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La muerte de Enrique VII abre una nueva etapa de dificultades para el Imperio; primero un interregno de más de un año, y, después, una doble elección que recae, por una parte, en Federico, hijo de Alberto I de Habsburgo, y, por otra, en Luis de Baviera. La prolongada vacante del Pontificado, a la muerte de Clemente V, es una dificultad añadida a la obtención de una posible salida al conflicto: durante bastante tiempo Alemania conocería frecuentes enfrentamientos y devastaciones. Elegido Juan XXII, los dos candidatos acudieron al Pontífice reclamando el reconocimiento. La ocasión era propicia para afirmar el poder pontificio y enderezar la situación política en Italia. Ratificó el nombramiento de Roberto de Anjou como vicario imperial para Italia, que hiciera Clemente V, y, reconociendo por igual a los dos candidatos
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