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La estructura básica del ADN fue descubierta en 1953 por el americano James Watson y el británico Francis Crick, quienes recibieron por ello el premio Nobel. Ese descubrimiento y muchos otros que le siguieron abrieron el camino que hizo posible la genómica, una disciplina que no deja de sorprendernos cada día.
Cada genoma humano contiene tres mil millones de letras (una cantidad que daría para escribir mil volúmenes del tamaño de «El Quijote»). Además, las letras del genoma no se descifran con sólo mirarlas, como las letras de este artículo, sino que hay que identificarlas una a una, mediante procesos químicos individuales.
Una aplicación fascinante, impensable para Darwin, permite la reconstrucción completa de la evolución de las especies vivientes, pues cuando los organismos procrean, lo que hacen es transmitir su ADN a los descendientes a través del embrión que se forma por la fecundación de un óvulo mediante un espermatozoide. Para que la herencia sea fidedigna es imprescindible que la duplicación del ADN sea extremadamente precisa. Pero no lo es completamente, de forma que aparecen errores que son las mutaciones que hacen posible la evolución. En efecto, cuando se duplica el ADN sabemos que estadísticamente una de cada cien millones de letras es diferente de la que debiera. La relativa regularidad con la que aparecen las mutaciones hace posible identificar las relaciones de parentesco entre especies. Por ejemplo, el ADN humano y el del chimpancé difieren en el 1,5 por ciento de sus letras, y ambos difieren en un 2,5 por ciento respecto del ADN del gorila. Esto implica que estamos más estrechamente relacionados con los chimpancés que con los gorilas. Es como si el chimpancé fuera nuestro primo carnal, mientras que el gorila fuese primo segundo de ambos.
Examinado el ADN de las especies, los científicos hemos reconstruido su historia evolutiva. Así se ha sabido que el antepasado común a los diez millones de especies vivientes fue un microbio que vivió hace 3.500 millones de años, tan sólo unos cientos de millones después de que se formara la Tierra. Durante los siguientes 2.500 millones de años, los descendientes del citado microbio seguirían siendo seres microscópicos, aunque el número de especies no dejara de multiplicarse. De ese microbio descienden también todos los animales, incluidos los humanos. Está claro que nuestro abolengo es bien humilde. Pero el gran desarrollo del cerebro humano y de la mente nos ha puesto por encima de todas las especies. Así, el «Homo sapiens» ha inaugurado un nuevo estilo de evolución, pues los humanos no sólo reaccionamos ante el entorno, sino que también podemos cambiarlo: construyendo edificios y puentes, inventando teléfonos y televisiones, diseñando barcos y aviones, además de escribir libros y crear obras de arte, formular leyes e instituciones políticas, crear valores éticos y practicar rituales religiosos. Nuestra especie ha iniciado un nuevo modo de evolución, la evolución cultural, que es mucho más flexible, rápida y poderosa de adaptarse al entorno.
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hola
Darwin reconoció que fue un gran invento de el ADN así el pudo estudiar todas las especies y sus características
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Una aplicación fascinante, impensable para Darwin, permite la reconstrucción completa de la evolución de las especies vivientes, pues cuando los organismos procrean, lo que hacen es transmitir su ADN a los descendientes a través del embrión que se forma por la fecundación de un óvulo mediante un espermatozoide. Para que la herencia sea fidedigna es imprescindible que la duplicación del ADN sea extremadamente precisa.