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La relación de Platón con los sofistas es sin duda complicada. A lo largo de la historia del pensamiento, los intérpretes de la obra platónica han inclinado la balanza hacia el lado de Platón o de los sofistas en numerosas ocasiones. Para algunos la animadversión del filósofo hacia los maestros ambulantes queda de inmediato justificada en la lectura de los Diálogos. La tendencia más evidente dentro de la escuela platónica fue la de asignar a la retórica sofística un papel más centrado en generar agrado y ciertas emociones en el público, dejando a un lado la construcción de un verdadero arte del discurso con fines educativos. Esta postura como menciona Arturo Ramírez Trejo, no es constante a lo largo de la obra platónica. Así, como podemos ver en Gorgias, Platón lleva a cabo una dura crítica a la labor de los sofistas, mientras que en Fedro hace algunas concesiones, para luego, en Político, reconocer a medias a la retórica como ciencia (episteme), una actividad necesaria para convencer al populacho mediante la mitología o el relato de opinión (doxa) o de lo verosímil (eikos), pero nunca mediante la enseñanza de la verdad (Ramírez, 2002: XXVI). La complejidad del tema que nos interesa coincide con la descripción de Jaqueline de Romilly cuando afirma que Platón es nuestro mejor guía para entender a los sofistas, mas paradójicamente, es un guía evidentemente parcial; porque si él introduce a los sofistas en escena es para hacer que sus doctrinas sean refutadas por Sócrates. Ante esto la inquietud que permanece es el sentimiento de que los sofistas nos fueron presentados bajo un enfoque engañoso (Romilly, 2004: 10).
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