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En el cuarto sencillo y triste, cerca de la mesa cubierta de hojas escritas, la sien apoyada en la mano, la mirada fija en las páginas frescas, el poeta satírico leía su libro, el libro en el que había trabajado por meses enteros. Yo he hecho –contestó, y la voz le temblaba como la de un niño asustado y sorprendido- he escrito un libro de sátiras, un libro de burlas en que he mostrado las vilezas y los errores, las miserias y las debilidades, las faltas y los vicios de los hombres. Tú no estabas aquí No he sentido tu voz al escribirlo, y me han inspirado el Genio del odio y el Genio del ridículo, ambos me han dado flechas que me he divertido en clavar en las almas y en los cuerpos, y es divertido. Y el poeta satírico se reía al decir esas frases, a tiempo que una tristeza grave contraía los labios rosados y velaba los ojos profundos de la Musa.
La vida es grave, el verso es noble, el arte es sagrado. Yo conozco tu obra. En vez de las pedrerías brillantes, de los zafiros y de los ópalos, de los esmaltes policromos y de los camafeos delicados, de las filiguranas áureas, en vez de los encajes que parecen tejidos por las hadas y de los collares de perlas pálidas que llenas los cofres de los poetas, has removido cieno y fango donde hay reptiles, reptiles de los que yo odio. Yo he sido también la Musa inspiradora de las estrofas que azotan como látigos y de las estrofas que queman como hierros candentes.
Yo soy la Musa Indignación que les dictó sus versos a Juvenal y al Dante. Quede ahí su obra de insultos y de desprecios, que no fue dictada por mí. Quédate ahí con tu Genio del odio y con tu Genio del ridículo. Y la Musa grácil y blanca, la Musa de labios rosados, en cuyos ojos se reflejaba la inmensidad de los cielos, desapareció del aposento, llevándose con ella la luz diáfana de alborada de Mayo y los olores de primavera, y el poeta quedó solo, cerca de la mesa cubierta de hojas escritas
algo en dónde te lo pueda mandar? es que aquí no se puede