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En el instante que empezamos a soñar nace la juventud, y su luz termina cuando se acaba la esperanza en el corazón.
La juventud no es un conjunto de 15, 18 o 20 años, la juventud es una fragua donde se forjan los más caros anhelos de amor, paz y libertad; y como anhelo habita o duerme en el aula del pequeñuelo que recita sus poemas de alegría, o serena se dibuja en la frente del anciano que a pesar del tiempo ama la vida y se aferra a ella con la idea de que aún hay mucho por hacer en este mundo.
Vivimos en una sociedad falseada donde se ha implantado la calumniosa certeza de decir que los jóvenes son el desperdicio y el problema del mundo contemporáneo, cuando en la realidad estos calificativos se les debería endosar a todos aquellos seres humanos carentes de ideales y valores; porque ante todo, el verdadero joven es aquel que en primer lugar se ama a sí mismo, y por ello no somete su cuerpo a la esclavitud de la droga, el alcohol, el tabaco o la pereza.
El verdadero joven tiene un sentido altamente moral, por ello no roba ni desperdicia el esfuerzo de sus familias ni de su sociedad, y se enajena por alcanzar la perfección del intelecto y la personalidad, para así engrandecer la Patria.
El verdadero joven es solidario, por ello siente la necesidad de servir a su pueblo, primero en las aulas donde enriquece su mente y espíritu; y si el caso lo amerita también en las calles, reviviendo con respeto y dignidad el legado de Montalvo que dijo: “ Hay de los pueblos cuya juventud no haga temblar a los tiranos”.
Hablamos de construir una nueva sociedad, pues entonces dejemos de hablar, porque este es el momento de sembrar, aserrar, labrar, multiplicar. Es el momento de crear con fuego, aire y agua la sociedad del presente que no se deje explotar por las grandes potencias que se han levantado sobre las bases de nuestra desidia, de nuestra mediocridad y nuestra apatía, males que unidos al egoísmo innato de los indiferentes han permitido que nuestros pueblos se ahoguen en la pobreza y el subdesarrollo, mientras otras naciones se ensoberbian con su poder y gloria.
En pocas palabras, la construcción de una nueva sociedad se basa únicamente en un valor que se arraiga en el mismo ser humano, y este es el amor. Amor en primer lugar al tiempo y a la vida, no desperdiciando tesoros tan valiosos ante una pantalla de televisión que solo engendra violencia en nuestro cerebro. Amemos el trabajo, desde nuestra primera profesión de estudiante, hasta la más elevada cátedra, que es: ser ciudadano. Amemos nuestra cultura con su poncho, su quichua y su rondador. Amemos al tierra que cada mañana recibe el beso de nuestros pasos, donde las raíces puruhaes se elevan ante el coloso Chimborazo reclamando la dignidad pisoteada de nuestra América Latina. Y esencialmente, amemos a Dios, que es núcleo de fortaleza y sabiduría.