la desinformación ese virus fatal 3 conclusiones
¿Por qué es más fácil sembrar miedo en los corazones que esperanza? ¿Por qué no somos capaces de difundir las cosas que hacen felices y alegres a los demás y en cambio nos regocijamos en ser mensajeros de la desazón y la intranquilidad?
Tal vez es porque es más fácil encontrar lo malo de una situación o de una persona, que rescatar lo positivo. Sucede en cada conversación. Si narras una historia de un malestar que tienes, enseguida todos tus interlocutores encontrarán historias similares y cada uno competirá por ganarse la atención con la historia
Más desgraciada. “¡Eso no es nada! A mí me pasó…” En cambio, tu cuento acerca de tus motivos para estar feliz o esperanzada no tendrá mucho interés.
Nos pasó en el plebiscito, nos pasó en la ola verde. No porque los que queremos un país mejor no seamos la mayoría, sino porque los otros son más efectivos con su ruido ensordecedor. Además, vale decir que el Estado no puede ‘dar papaya’ en este ambiente polarizado y violento, es necesario evitar y prevenir cualquier escándalo que cuestione la legitimidad de los resultados electorales.
Tal vez llegó la hora de ser furiosa y ruidosamente creyentes de que “en este pueblo… ¡algo bueno va a pasar!”.
Entre otros grandes relatos, Gabriel García Márquez ha escrito el cuento corto Algo muy grave va a suceder en este pueblo. Allí, sinteticemos, el Nobel colombiano narra la historia de una madre que comunica un mal presentimiento a sus hijos sobre el futuro del lugar. La mala noticia circula entre todos los habitantes y esa intuición primitiva, en poco tiempo, deviene en una alarma real: las personas queman sus casas y las abandonan. El pánico, así, brota de un teléfono descompuesto.
Bueno, un comportamiento similar sucede, algunas veces, con la información que compartimos acerca de lo desconocido: hoy el coronavirus. De boca en boca, los datos –en general poco precisos– se transmiten entre la ciudadanía y cuando nos queremos acordar el resultado discursivo es tan desastroso que todo forma parte de una gran bola imposible de manejar. Las redes sociales, como es natural y ya todos sabemos, se lleva una gran parte de la torta en el reparto de responsabilidades. Este otro virus que es la desinformación viaja de manera veloz a través de las insondables rutas de internet y en menos de un suspiro alcanza la razón y –lo que es peor– las emociones de los humanos. La paranoia sobrevuela bajo, al ras del suelo, pulula con frenesí, tal y como lo hacían los dementores en el mundo mágico de Harry Potter. Solo que no estamos en Howarts y que este mundo que nos toca, la Tierra, es menos mágico que aquel creado por J. K. Rowling.
Los rumores producen ruido. Los medios masivos de comunicación–en especial la televisión– generan distorsión, eco molesto. Vende más el espectáculo que la tranquilidad; el sensacionalismo que la seriedad; la placa de rojo sangre que la verde esperanza. Los mapas interactivos del terror y la sociedad del espectáculo. Ciudades desiertas, barbijos por todos lados, alcohol en gel agotado, cruceros en cuarentena. Todo –todo– parece ser el resultado de una gran película. Ficciones distópicas de carne y hueso. Black Mirror a la vuelta de la esquina.
Entonces, resumamos, ¿hay que tener precaución? Sí, por supuesto. ¿Hay que volverse locos? De ninguna manera. ¿La ciencia conoce lo suficiente al agente infeccioso? No. ¿Tiene respuesta para todas las preguntas que nos hacemos? Tampoco. Se requiere de tiempo; mientras tanto lo único que queda es generar conciencia social. En definitiva, ocuparse antes que preocuparse. Las instituciones de referencia – de ámbitos públicos y privados– están tomando medidas que ayudan a controlar la expansión del coronavirus. Sin ir tan lejos, este martes, el gobierno oficializó la resolución que reglamenta la licencia excepcional para todas las personas que hayan regresado al país, provenientes del exterior.
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tmr
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