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El 4 de noviembre de 1780 durante o después de una fiesta en Tungasuca, donde Túpac Amaru era cacique, él y sus partidarios apresaron a Antonio Arriaga, corregidor de Tinta , y lo mantuvieron cautivo por seis días hasta finalmente ejecutarlo públicamente. Antes de hacerlo, Túpac Amaru lo convenció de que pidiera a algunos españoles que le llevaran dinero para rescatarlo. Túpac Amaru se movilizó por áreas rurales logrando muchos adeptos, principalmente entre los indígenas y mestizos, pero también de algunos criollos. El 17 de noviembre arribó al pueblo de Sangarará, en donde las autoridades españolas del Cuzco y de las áreas cercanas habían colocado una fuerza de 900 hombres. El ejército de Túpac Amaru, que había crecido hasta varios miles de hombres, los derrotó en la Batalla de Sangarará.
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La revuelta armada partió de los pueblos de Tinta, Tungasuca -donde fue ahorcado el corregidor Antonio Arriaga-, Surinama y Pampamarca, y se extendió rápidamente por la serranía, alma y nervio de la nacionalidad peruana.
Enarbolando la bandera de la destrucción de la monarquía española, de la restauración incaica y de la redención de las masas explotadas y oprimidas, el caudillo José Gabriel Condorcanqui Noguera, alias Túpac Amaru, se proclamó José I, por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continente, de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el Gran Paititi, Comisionado y Distribuidor de la Piedad Divina, por el Erario sin par . Y toda esa prosopopeya la anunció y divulgó en vibrantes y amenazadoras proclamas.
Expulsión de los españoles, derrocamiento de las autoridades, reconocimiento de su soberanía aborigen y castigo inmediato para los opresores fueron objetivos propuestos. Una montonera de cincuenta mil indígenas con mucha mística y entusiasmo, pero escasa de armas y precaria organización militar, fue vencida, aniquilada y dispersa por un poderoso ejército realista de diecisiete mil soldados, al mando del mariscal José Del Valle, luego de sangrientos combates y del fracaso tupamaro en el asedio de El Cusco, la antigua capital del imperio incaico. Derrotado y prisionero, Túpac fue torturado y ejecutado aparatosamente en la plaza de El Cusco el 18 de mayo de 1781.
Al caudillo le ciñeron una corona de hierros punzantes y le cortaron la lengua antes de someterlo al descuartizamiento por cuatro potros salvajes. Como no murió, entonces lo decapitaron. Su esposa, Micaela Bastidas, fue muerta a garrotazos, y sus parientes y jefes seguidores sufrieron terribles tormentos. Luego advino una represión masiva en la que perecieron millares de indígenas, víctimas de la retaliación peninsular.
En forma inmediata y aleccionadora repercutió la rebelión peruana en el virreinato granadino. Contemporánea con la Revolución de los Comuneros que estalló en El Socorro el 16 de marzo de 1781, fue notoria esa influencia en la pública y populosa lectura de las proclamas de Túpac Amaru, tanto en las poblaciones llaneras como en las andinas. Por ejemplo, Francisco Javier de Mendoza envalentonó con su lectura y encendió los ánimos en Morcote, Ten, Pore, Manare, Támara y Santiago de las Atalayas; las leyó con voz de trueno Jacinto Arteaga, cacique de Tocaima; su eco invadió, con Clara Tocarruncho, el ámbito sosegado de Cómbita, y fue tempestad arrolladora el 14 de junio de 1781 en el pueblo nortesantandereano de Santodomingo de Silos porque, a tambor batiente, con pífanos y revolucionaria algarabía, lanzó mueras y abajos al rey de las Españas y proclamó como nuevo y legítimo monarca a nuestro señor Don José I, alias Túpac Amaru.
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