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Los mexicas mantenían una relación muy íntima con la naturaleza y el cielo. México Tenochtitlan, su capital, puede considerarse un microcosmos en sintonía especial con el Sol, fuente y centro de la vida, pero también con la madre virgen del gran Guerrero Celeste, el «colibrí del sur».
Alrededor del año 1300 d.C., el pueblo mexica se trasladó desde Aztlan –un lugar situado al noroeste del actual México, de cuyo nombre deriva el de aztecas–, para instalarse en el Valle de México. Según su tradición, fundaron una ciudad en el sitio que les indicó Huitzilopochtli, el dios de la guerra, mediante el signo de un águila encaramada sobre un cactus, en una isla del lago Tetzcoco. La región del valle ya estaba entonces densamente habitada por los chichimecas, que contaban con ciudades como Texcoco y Tlacopa.
Por este motivo, inicialmente los aztecas ocuparon la parte más insalubre del valle. Sin embargo, gracias a su carácter y a una combinación de hábiles alianzas y guerras acabaron por imponerse, transformándose en un auténtico imperio y expandiéndose hacia el sur, primero bajo la dirección del monarca Moctezuma I, hacia el año 1440, y finalmente con Ahuitzotl, en 1487.
Bajo el reinado de este último los mexicas también llegaron a dominar vastos territorios poblados por mayas. El espléndido imperio, que se disolvió con la llegada de los conquistadores españoles liderados por Cortés, perduró menos de un siglo. Pero no cabe duda de que desarrollaron una compleja civilización.
Sociedad compleja