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INTRODUCCION
La lectura opera como una máquina del tiempo que hasta hoy no ha sido igualada por ninguna otra máquina
(...) Se podrá prever un futuro donde la lectura resigne su hegemonía frente a otras formas de transmisión, per
ese futuro todavía no ha llegado, y si llega, llegará por la lectura y no a pesar de ella.
Beatriz Sarlo, "Instantáneas", 1996.
¿ESCRIBIR EN LA ERA DE LOS CHIPS?
La vida actual, tanto en las actividades profesionales como en las cotidianas, exige cada vez más un buen
dominio de la escritura. Los medios audiovisuales, en vez de matar la palabra -como se ha pregonado tantas
veces- la realzan, la hacen más necesaria. Internet, multimedia, correos electrónicos, BBS, teleconferencias,
faxes, son otros tantos canales de circulación de textos.
Beatriz Sarlo acude así en defensa del escrito: "Es indiferente el soporte material de la lectura: ¿una página
impresa, un microfilm, la pantalla de una computadora, un holograma? En el límite, todos exigen esa capacidad
infinitamente difícil: interpretar algo que ha sido escrito por otro. Leer es, siempre, de algún modo, traducir".
Los estudiantes y profesionales de las Ciencias Socales y las Humanidades suelen encontrar a menudo que las
relaciones con la escritura les resultan ásperas y difíciles. Durante años he escuchado a estudiantes, becarios y
profesionales formados lamentarse sobre sus problemas de redacción. Más de una vez he tenido que pedir la
reescritura de una monografía o un proyecto de jóvenes investigadores porque no estaba correctamente
redactado o no era comprensible, porque corría el riesgo de aburrir al lector, o por el contrario, debido a que en
la ansiedad por escribir un texto interesante habían dejado de lado el rigor científico.
En realidad, escribir no es ni fácil ni tranquilizador. En muchos de nosotros despierta ansiedades y miedos que
a veces pueden llegar a bloquearnos. Los psicólogos sugieren que este miedo se relaciona con la preocupación
de exponer nuestras ideas y pensamientos ante el mundo. Porque no sólo exponemos nuestro trabajo -es decir
nuestro ego- ante la mirada crítica de colegas y evaluadores: tampoco tenemos la oportunidad de defendernos.
Lo que está escrito, escrito está. No podemos inclinarnos sobre el hombro de nuestro lector o lectora y ofrecerle
explicaciones, desarrollos de conceptos o disculpas.
El acto de escribir puede ser aún más temible en el ámbito académico y profesional, donde sabemos que
alguien evaluará críticamente nuestro trabajo. No tendremos la ocasión de evadir ese lápiz afilado con excusas
como: "Bueno, en realidad no quise decir eso...", "En la metodología, olvidé mencionar que..." o "Las razones
por las que llegué a esa conclusión fueron...". Los autores carecemos de esos recursos orales. Escribimos un
artículo, proyecto, monografía o ponencia, lo entregamos, y a partir de ese momento el producto de nuestro
trabajo sale de nuestras manos y escapa a nuestro control.
Los científicos y profesionales reaccionan ante estos temores de diversas maneras. Algunos los ignoran y tratan
de trabajar sus textos de cualquier modo. Otros se paralizan. Para el escritor y periodista canadiense Richard
Floyd, escribir es como sumergirse en una pileta de agua fría: antes que arrojarse con un salto ornamental,
muchos prefieren pararse en el borde y temblar hasta que alguien los empuja. Si usted es de los que aplazan
la redacción de un texto hasta que un plazo perentorio lo obliga a escribirlo, pertenece a esta categoría. Otros
se preparan para la tarea de un modo más metódico: son los que uno suele ver en la parte poco profunda de la