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Había una vez un cazador muy hábil que salía a cazar varias veces por semana. Este cazador solo abatía piezas para comer o para vender en el mercado. Y no le iba mal. Con lo que cazaba comía toda la familia y sacaba dinero para otras necesidades.
Un día, estaba un día el cazador paseando por el bosque, en busca de alguna presa, como siempre. Pero esta vez había algo diferente. En un claro se había instalado una especie de campamento.
Sigilosamente, el cazador se acercó, a ver qué pasaba. Se escondió entre los matorrales más cercanos y aguzó el oído para escuchar a dos hombres que se calentaban junto a un fuego.
- La recompensa por cazar al Gran Ciervo es de dos mil monedas -dijo uno.
- El rey paga bien por sus caprichos -rio otro.
- El conde debe de estar muy necesitado de dinero para traernos aquí y ofrecer el puesto de jefe de su guardia al que abata primero al dichoso animal -dijo el primero.
- El problema es que nadie sabe dónde esta el Gran Ciervo -dijo el segundo.
El cazador no necesitó oír más. Dos mil monedas era mucho dinero. Con eso podría mantener a su familia de por vida. Ni él ni su mujer tendrían que dejar de trabajar.
Sin pensárselo más, el cazador salió en busca del ciervo. Sabía bien dónde se escondía, pero el camino era bastante duro. Así que fue a casa, se aprovisionó bien para varios días y se puso en marcha.
Cuando el cazador al fin llegó a la zona donde solía ir a beber el Gran Ciervo, se escondió tras una gran roca, colocó la escopeta y esperó. Solo tuvo que esperar una hora para ver al Gran Ciervo acercarse, tan majestuoso y hermoso como se decía que era.
El cazador apuntó. Lo tenía en el punto de mira. Pero no se decidía a disparar.
-Venga, solo es un animal más -pensó el cazador-. Con la recompensa no tendrás que volver a cazar nunca más.
Pero justo en ese momento un rayo de sol iluminó la gran cornamenta del animal. Y entonces lo vio. El Gran Ciervo tenía la cornamenta de oro. Y de ellas salieron volando miles de pequeñas criaturas aladas y resplandecientes.
El cazador bajó el arma. Aquella criatura no solo era muy valiosa, también era mágica. Algo en su interior le dijo que no podía acabar con aquel ciervo.
Pero, ¿qué pasaría si lo encontraban los otros cazadores? Seguro que el grupo que vio no era el único. Decidido a salvarlo, el cazador dejó su arma tras la roca y se acercó al Gran Ciervo, seguro de que corría un gran riesgo con ello.
-Gran Ciervo, no sé si me entiendes, pero tienes que huir -dijo el cazador-. El rey ha puesto precio a tu cornamenta. Yo la he visto bañada por el sol y me imagino por qué la quiere. Vete antes de que sea tarde.
- Y tú ¿no quieres la recompensa? -preguntó el Gran Ciervo, ante la mirada asombrada del cazador.
- Me vendría muy bien, no voy a negarlo -contestó-. Pero no puedo hacerlo, ni puedo permitir que ellos lo hagan, después de lo que he visto.
-Pero tú estás acostumbrado a cazar, ¿no es cierto? -dijo el Gran Ciervo-. Te veo desde aquí arriba.
-Solo cazo para vivir -dijo el cazador-. Mi mujer cultiva el huerto.
-Pero con la recompensa también podrías vivir, y muy bien, supongo -dijo el Gran Ciervo.
-No a costa de alimentar la avaricia de nadie -dijo el cazador, muy digno.
-Gracias, cazador, estoy en deuda contigo -dijo el Gran Ciervo-. Huiré durante un tiempo. Pero volveré para compensarte. Estoy en deuda contigo.
EEl cazador y el Gran Ciervol Gran Ciervo huyó y el cazador volvió a casa, pero no le contó nada a su familia. Meses después, mientras cazaba, una de las criaturas que vio salir de la cornamenta del ciervo salió a su encuentro y le dijo:
-El Gran Ciervo ha vuelto y quiere que te diga que no ha olvidado su promesa. Cuando llegues a tu casa mira entre los rescoldos de la hoguera.
El cazador dio las gracias a la criatura y volvió a casa. Y allí estaba: una gran montaña de monedas. El cazador se las enseñó a su familia y les contó toda la historia.
-¿Qué haremos con todo eso? -preguntó uno de los hijos del cazador.
-Repartiremos una parte entre los que más lo necesitan, pero en secreto. El resto lo guardaremos y lo gastaremos con mesura -dijo el buen hombre.
-Entonces mamá y tú tendréis que seguir trabajando -dijo otro de los hijos del cazador.
-Cierto, pero eso no es malo -dijo el cazador-. Arreglaremos la casa, compraremos algunas gallinas para que nos den huevos y algunas vacas para tener leche y hacer queso.
Y así el cazador y su familia tuvieron una buena vida y ayudaron a otros a vivir mejor. Como recompensa, el Gran Ciervo le envía regalos de vez en cuando, regalos que el cazador administró sabiamente durante toda su vida.
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