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Gracias a Jesús Romero, el muy activo representante de la Comunidad de Sant´Egidio, he tenido esta semana un encuentro de trabajo con Isaías Samakuva, el presidente de UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola). Isaías Samakuva es el sucesor de Jonas Savimbi (1934-2002), el anterior líder de UNITA, que murió en uno de los combates finales de la guerra civil que asoló Angola durante décadas.
Sant´Egidio es una organización de laicos católicos que, además de proteger a personas con dificultades en Europa, hace lo mismo en países como Angola, sólo que éstos padecen una pobreza extrema y una violencia endémica que afectan a la mayoría de la población. Sant´Egidio no se limita a hacer caridad; se involucra en las múltiples causas que producen esas injusticias, y debido a ello, Sant´Egidio suele ser llamado por gobiernos, instituciones internacionales y partidos políticos como asesor para abordar situaciones límites, difíciles de solucionar.
La reunión con Isaías Samakuva y con un grupo de dirigentes de UNITA se celebró satisfactoriamente. Sin embargo, parece que esa entrevista necesitase de una explicación justificadora, pues UNITA aparece como la fuerza política y militar responsable de la guerra civil angoleña.
Esa es una visión simplificadora, propia de algunos europeos, que necesitan hacer juicios morales rápidos para no remontarse a los tiempos en los que Europa era dueña y señora de África y de los africanos. ¿O es que la guerra de Angola no fue también un conflicto alentado por las potencias enfrentadas en la Guerra Fría?
En efecto, esa parte del mundo fue el espacio de caza de esclavos, y el ámbito donde se encontraron, frente a frente, los imperialismos inglés, alemán, francés, belga y sus aliados, los viejos imperios portugués, holandés y hasta el español. Después de la II Guerra Mundial, los europeos fueron perdiendo paulatinamente sus posesiones en ese Continente.
Estados Unidos exigió el fin del colonialismo europeo. La Unión Soviética no perdió la oportunidad de afianzar su poder apoyando activamente los movimientos independentistas africanos, que se levantaron contra los países europeos, aliados a los Estados Unidos.
La simplificación entre buenos y malos estuvo servida. En Angola, los buenos eran los partidarios del MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola), que proclamaron la independencia, con apoyo de la Unión Soviética, los países del Pacto de Varsovia y Cuba. La atribución de la etiqueta de progresista fue automática por esos apoyos internacionales; fueron los años que Moscú se presentaba como un emblema de justicia social y de progreso político y científico. Casi nadie reparaba que los comunistas rusos estaban apoyando -a la vez que en Angola- a la dictadura de Francisco Macias en Guinea Ecuatorial, una experiencia de terror genocida, llevada a cabo por alguien que nunca se presentó, no ya como un progresista, sino como un líder modernizador. (Todavía hoy muchos altos funcionarios ecuatoguineanos fueron formados en la Unión Soviética.)
UNITA se creó como una organización política y armada que rivalizaba con el MPLA. En Angola se disputaba la hegemonía mundial, como en otros muchos países que se proclamaban independientes. Así que los rivales de los soviéticos, se pusieron detrás de la UNITA de Jonas Savimbi: Estados Unidos, Sudáfrica, pero también la China de Mao-Zedong.
Puede que sea objeto de discusión quién tiene más responsabilidades en una guerra civil que ha sido casi perpetua en la Angola independiente. Lo mismo cabe decir sobre las demás naciones, presentes en ese país, empezando por Portugal. Pero lo que importa es ayudar a los angoleños para que vivan en un país que les asegure la paz, la libertad y la justicia. Para eso, los europeos tenemos que hablar con todos sus representantes, y desde luego, con los miembros de UNITA, que son una minoría en el parlamento angoleño, pero una minoría muy valiosa.
Lo primero que hice fue felicitar a Isaías Samakuva por su decisión de aceptar los resultados de las últimas elecciones. Aunque tenía fundadas muestras de que los resultados no habían sido del todo limpios, su coraje al participar en el sistema político han alejado, tal vez de manera definitiva, la violencia como método político.
Isaías Samakuva manifestó que Angola “es un barril de pólvora”. Las estadísticas indican las causas: la pobreza extrema convive con una minoría que se ha enriquecido con una economía monopolizada en pocas manos; es el mismo fenómeno que sucedió en países de régimen colectivista, al “liberalizar” su medios de producción. Pero en Angola, esa desigualdad económica produce desastres: la esperanza de vida de los angoleños es la más baja del mundo: ¡38 años de media! La mortalidad infantil está en cifras medievales: ¡116 por mil!; ahora, eso sí, las mujeres tienen 6 hijos de media, con lo que una vez más se sabe quiénes son las principales víctimas de esa situación.
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